Deuteronomio
El libro de Deuteronomio recoge las diferentes exposiciones que Moisés hace al pueblo justo antes de ir a la presencia del Señor. Moisés ofrece un resumen de cómo el Señor los ha guiado por el desierto, de las leyes que Dios les ha dado como pueblo con el que Dios había hecho un pacto, y de cómo se presentaría el futuro para el pueblo, dependiendo de sus decisiones. Este pueblo que escuchaba eran los hijos de aquellos que habían salido de Egipto, que habían experimentado el maná, la entrega de la ley, la construcción del tabernáculo. Ahora podrían escuchar la historia reciente para que ellos pudieran vivir sin repetir los errores de sus padres.
Índice:
De Números a Deuteronomio
Hemos llegado al final del libro de Números, y nos adentramos al libro de Deuteronomio.
El libro de Números, en Hebreo, el lenguaje original, se titula “En el desierto”. Como hemos podido ver, es como un diario de viaje que narra las experiencias del pueblo durante los años que estuvo viajando antes de llegar a las orillas de la tierra prometida. Nos ha mostrado las dificultades que el pueblo de Dios experimentó y cómo el Señor los acompañó durante todo este tiempo.
Hemos visto cómo en el monte Sinaí Dios ofreció Su presencia. Sin embargo, también vimos que mientras Moisés recibía las leyes y planos del tabernáculo, el pueblo se hizo un ídolo al que adorar. Dios les dio el tabernáculo para poder habitar en medio del campamento y les dio la nube de la presencia de Dios, para guiarles por el camino.
En el camino a Parán, la fe del pueblo se debilitó, quejándose una vez más de lo que Dios había provisto para ellos. Vimos que al explorar la tierra que Dios les quería dar, se echaron para atrás por miedo a los moradores de la tierra. Aún así, aunque tendrían que pasar cuarenta años en el desierto, Dios estuvo siempre con ellos. Dios nunca los abandonó, a pesar de la rebeldía del pueblo. Los protegió incluso cuando el pueblo se desvió para pecar con los pueblos de la zona.
Vimos incluso que cuando Balaam los intentó maldecir, de su boca salió bendición, incluyendo la promesa de un rey que libertaría al pueblo, hablando del Mesías. 17: Lo miraré, mas no de cerca; Saldrá ESTRELLA de Jacob, Y se levantará cetro de Israel, 19:De Jacob saldrá el dominador,
Hemos podido ver que durante los años en el desierto de Moab, Dios cuidó a su pueblo, dándoles victorias, y ahora, a las puertas de la tierra prometida, el libro acaba con un nuevo censo del pueblo de Israel, contando a aquellos que entrarían para tomar posesión de la tierra. A las orillas del Río Jordán, años más tarde, un pueblo renovado tenía la oportunidad de hacer aquello que sus padres no habían hecho a causa de su incredulidad.
Moisés, en los últimos capítulos de Números, comunica las divisiones de la tierra y lo que cada tribu obtendrá por heredad, estableciendo los límites. También vemos que el pueblo presenta dudas sobre varios temas y Dios da instrucciones sobre cómo tratar situaciones, como por ejemplo, la forma en que las mujeres podían conservar la tierra que pertenecía a sus padres, con leyes de actuación que protegerían la heredad de la tribu.
Así llegamos al fin del libro de Números y comienza el último libro del pentateuco, los cinco primeros libros del antiguo testamento, o la Torah, como lo denominan los judíos.
El libro de Deuteronomio recoge las diferentes exposiciones que Moisés hace al pueblo justo antes de ir a la presencia del Señor. Moisés ofrece un resumen de cómo el Señor los ha guiado por el desierto, de las leyes que Dios les ha dado como pueblo con el que Dios había hecho un pacto, y de cómo se presentaría el futuro para el pueblo, dependiendo de sus decisiones. Este pueblo que escuchaba eran los hijos de aquellos que habían salido de Egipto, que habían experimentado el maná, la entrega de la ley, la construcción del tabernáculo. Ahora podrían escuchar la historia reciente para que ellos pudieran vivir sin repetir los errores de sus padres.
Veremos en el libro de Deuteronomio secciones preciosas de las que podemos aprender muchísimo. Hay otras secciones que, como en el caso de la lectura de Levíticos, debemos recordar que las leyes eran específicamente para el pueblo de Israel, y por lo tanto las debemos tratar como tales. Pero el libro nos revela el carácter Santo y justo de Dios, así como su bondad y su misericordia. Las leyes de los israelitas, comparadas con las leyes de los pueblos de alrededor, aunque a nosotras nos puedan parecer en ocasiones extrañas, destacaban por ser justas e innovadoras para su lugar y su tiempo. Y como vimos durante la lectura de las leyes en los libros anteriores, todo ello nos lleva a anhelar la llegada del Mesías, el que salvaría a Su pueblo, cumpliría perfectamente la ley, y traería libertad de la ley.
Te animo a tomar tiempo para echar un vistazo al libro de Deuteronomio. Como hasta ahora he hecho, recomiendo los videos del Proyecto Biblia que ofrecen un resumen de cada libro, resaltando los temas principales y enlazándolo con el resto de la Palabra de Dios. En la descripción del episodio incluyo los enlaces, que también están disponibles en el grupo Reflejos de Su Gloria.
Que puedas conocer a Dios a través del estudio de Su Palabra.
Nada te ha faltado
Me gusta el libro de Deuteronomio, porque enfatiza la importancia de recordar aquellas cosas que Dios ha hecho en nuestras vidas. Es muy importante que las nuevas generaciones no pierdan de vista los hechos del pasado. Esto es cierto de la historia de un país o un pueblo. Pero es aún más importante cuando hablamos de las maravillas que ha hecho Dios. Los creyentes no podemos perder de vista las bendiciones pasadas, porque estas nos muestran la presencia de Dios en nuestras vidas y nos dan seguridad para seguir confiando en aquel que es fiel eternamente.
Moisés tiene la oportunidad de repasar con esta nueva generación lo que Dios ha hecho por Su pueblo. Cuando perdemos de vista las bondades pasadas de Dios, comenzamos a dejar de conocer a Dios. Y como hemos visto hasta ahora, el propósito de las Escrituras es que conozcamos a Dios. El autor de la Biblia, aunque los libros se escribieron por muchas manos y a través de muchos siglos, es Dios mismo. Dios y los hombres que pusieron por escrito Sus palabras, reconocen que esta Palabra ha sido dada por Dios y es en verdad la Palabra de Dios. Entender esto es muy importante, ya que a pesar de los ataques a la autoría y veracidad de la Biblia, históricamente y mundialmente, la Biblia ha sido reconocida como única en este sentido.
Basándonos en esta verdad, podemos estudiar la Palabra de Dios para conocer a Dios y no olvidar que nos ha creado para glorificar Su nombre. También vimos cómo Dios preservó a su pueblo con el fin de glorificar su Santo nombre, aún cuando el pueblo lo despreció en múltiples ocasiones, yendo tras otros dioses. Y lo precioso es que a través de la historia, Dios siempre ha dejado la puerta abierta para la reconciliación.
Al principio del libro, vemos que Moisés les recuerda cómo Dios los sacó de Egipto hasta Horeb, y cómo desde allí los guió por el desierto hasta llevarlos a la tierra que les había prometido a sus padres. Y durante todo este tiempo Dios estuvo con ellos. Les explica cómo Dios les dio los jueces de las diferentes tribus, “varones sabios y entendidos y expertos” para ayudar a Moisés a liderar el pueblo. Les cuenta cómo sus padres temieron a los habitantes de la tierra en vano, porque cuando van con Dios no hay que temer. Y les recuerda que cuando el pueblo se armó de valor para ir contra los de Horma sin la presencia de Dios, tuvieron gran derrota.
Les da un repaso de cómo los de Esaú, aunque al principio les negaron el paso por su tierra, al final cedieron por temor a Dios, permitiéndoles pasar. Les recuerda que incluso durante su tiempo en el desierto, Dios ya había comenzado a darles la tierra que sería de ellos, obteniendo las tribus de Rubén y Gad, y media tribu de Manases las tierras que serían suyas al final de la conquista.
En Deuteronomio 2:7 dice: “Jehová tu Dios te ha bendecido en toda obra de tus manos; él sabe que andas por este gran desierto; estos cuarenta años Jehová tu Dios ha estado contigo, y nada te ha faltado.”
“Jehová ha estado contigo, y nada te ha faltado”. ¿Te viene a la mente un salmo conocido? El Salmo 23 nos dice, “El Señor es mi Pastor, nada me faltará” El pastor había estado con sus ovejas durante todo el trayecto. Nada les había faltado.
No es así como se habían sentido en muchas ocasiones, ¿verdad? Mas Dios les está confirmando que NADA les había faltado.
¿Tenemos a veces sensaciones falsas de que algo nos falta? ¿De que deberíamos tener algo que Dios no nos está dando? “Si Dios está contigo, nada te falta” Si El Señor es tu Pastor, ¿qué más puedes necesitar?
¿Se sentía Moisés así?
Vemos en el capítulo 3, que Moisés presenta una pregunta a Dios, algo que él siente que le falta: “Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga obras y proezas como las tuyas? Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano.” (24-25)
Recordemos que Dios había dictado que Moisés no entraría en la tierra prometida. Pero Moisés aquí viene a Dios expresando un deseo de su corazón. Le pide que pueda pasar y ver la tierra al otro lado del Jordán. Después de todo, como hemos visto, Moisés había sido fiel en toda la casa de Dios.
Sin embargo, Dios había concluido que Moisés no necesitaba esto. Le contesta: “Basta, no me hables más de este asunto. Sube a la cumbre del Pisga y alza tus ojos al oeste, y al norte, y al sur, y al este, y mira con tus propios ojos; porque no pasarás el Jordán.” Dios es fiel a su Palabra. Moisés no entraría a la tierra prometida. Pero Moisés pasaría a la eterna presencia con Dios. A la hora de su muerte, pasaría a una tierra aún mejor que aquella tierra buena al otro lado del Jordán, y por lo tanto, como Dios estaría con él eternamente, Nada le faltaba.
Vemos a continuación que el buen Dios le pide a Moisés que suba a la cumbre del Pisga, y que desde allí contemple lo que Dios ha concedido a Su pueblo.
Aunque vemos que Moisés en varias ocasiones había culpado al pueblo por el castigo de Dios sobre él, ante Dios, él acepta la decisión divina, estableciendo a Josué como líder del pueblo de la manera que Dios le había pedido en Deuteronomio 3:28: “manda a Josué, y anímalo, y fortalécelo; porque él ha de pasar delante de este pueblo, y él les hará heredar la tierra que verás.” Dios ya había determinado que Josué sería el que lideraría al pueblo para la conquista de la tierra. Y Moisés estuvo ahí animándolo y fortaleciéndolo.
Esto muestra la fidelidad y buena disposición de Moisés delante de Dios. Creo que podemos decir que Moisés sí creyó que nada le había faltado. Por eso puede animar al pueblo a recordar todas las bendiciones del Señor.
En el 4:9 dice: “Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.”
Esta exhortación continuará a través del libro, como podremos ver. Y es que si el Señor nos ha guiado hasta aquí, y reconocemos que nada nos ha faltado, podemos continuar seguras de según la fidelidad de Dios, nada nos faltará.
Guarda y enseña
Sabiendo lo importante que es recordar lo que Dios ha hecho, y de recordarlo a las generaciones venideras, Moisés les exhorta en Deuteronomio 4:9:
“Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.”
Y en el versículo 15: “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego;
Con este versículo les advierte que no se hagan dioses, pues “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”, como dice el texto en Juan 4:24.
Y otra vez les advierte en el 23: “Guardaos, no os olvidéis del pacto de Jehová vuestro Dios, que él estableció con vosotros, y no os hagáis escultura o imagen de ninguna cosa que Jehová tu Dios te ha prohibido.”
Cómo es posible que personas que se consideran creyentes sigan hoy día ofreciendo sus oraciones a otro que no sea Dios. Piden a estatuillas en lugar de postrar el rostro en presencia del Dios Santo, el que dice “Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro.”
Con este mandamiento comienza la ley: Porque no hay otro Dios, no hemos de postrarnos ante imágenes de ningún tipo para adorarlas, dice el segundo mandamiento. Y continúa la ley: el nombre del Señor ha de tomarse en serio, no utilizándolo para expresiones frívolas y ligeras; no tomarás el nombre del Señor en vano.
Continúa la ley de Dios: Porque Dios valora al ser humano, debemos guardar el día de reposo, pues es santo para el Señor. Cumpliendo este mandamiento, no podían hacer a nadie trabajar. El texto les da la explicación: “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo.” Todos merecían un descanso, y esto debía honrarse.
Los restantes seis mandamientos tenían que ver con el trato con el prójimo. Honra a tus progenitores, no tomes la vida de ninguna persona en tus propias manos, respeta las relaciones humanas de forma moralmente irreprochable, respeta la propiedad de tu prójimo, habla verdad siempre, y no engañes ni con palabras ni con acciones manipuladoras; y acaba la ley con un mandamiento a estar contentos con lo que posees, no codiciando aquello que pertenece a otro.
Si todos viviéramos bajo esa ley moral, tendríamos un mundo totalmente diferente. No haría falta tener prisiones, podríamos reducir el número de policías, o su función sería muy diferente. Podríamos vivir confiados y con una buena relación con los demás. Pero sin embargo, aunque esta ley es justa e ideal, no hay nadie que la cumpla íntegramente todo el tiempo. Por eso tenemos conflictos, y por eso nos cuesta horrores resolverlos.
Sabemos que la ley no nos puede salvar, porque solo podría ser suficiente si se cumpliera toda la ley todo el tiempo, y como dice Romanos, no hay justo ni aunque uno.”
Sin duda este cumplimiento de la ley moral de Dios no era para ganarse el cielo, como se suele decir. El cielo no se gana, o ninguno entraría en la presencia del Señor. La entrada al reino de Dios es por fe en la obra redentora de Jesucristo. Efesios 2:9 nos dice que no es “por obras, para que nadie se gloríe.” Nadie llegará al cielo por sus propios méritos. Pero todo aquel que quiera puede llegar con tan solo poner su fe en el mérito de Cristo, nuestro sustituto y Salvador.
Y aún así, Moisés anima al pueblo “Mirad, pues, que hagáis como Jehová vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a diestra ni a siniestra. Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer.”
¿Cómo podían vivir según la ley de Dios?
Solo podrían si la tenían en mente constantemente, hasta el punto de hacerlas parte de su caminar diario. No sería algo que se pudiera lograr inconscientemente, pero el recordarla sería el primer paso para su cumplimiento. Así que el capítulo 6 versículos 6-9 dan la clave para poder recordar:
“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón;
y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos;
y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.”
La debían saber para llevarlas en el corazón, las debían repetir a sus hijos, para que estos las aprendieran. Al andar por el camino, hablarían de ellas, al acostarse las repasarían, al levantarse las comentarían. Tendrían cuadros, tarjetas que les recordara, e incluso las tendrían enmarcadas por las paredes de la casa.
¿Te parece exagerado?
No seamos ingenuas. Así es como nos aprendemos, sin querer, las canciones de la lista de los cuarenta principales, aún cuando no queremos. Cuando vamos al supermercado, las escuchamos mientras compramos, cuando vamos al gimnasio, ahí también las tienen; si subimos al autobús, volvemos a escucharlas; salen hasta en la sopa, e incluso aquellas canciones que te irritan, acabas cantándolas al despertarte por las mañanas. Parece que el mundo del márketing sabe que la repetición enseña. Así es como nos programan constantemente con anuncios publicitarios, por la radio, por la televisión, por internet, o en vallas publicitarias.
¡Cuánto más importante es que los preceptos de nuestro Dios estén grabados en nuestra mente! ¡Cuánto más provechoso es que Su Palabra esté de continuo en nuestras bocas!
¿Valoras más la situación económica de tu país que la situación moral? ¿Dejas que tú y tus seres queridos absorban la inmoralidad que se está enseñando en los colegios y en los medios de comunicación? ¿Aceptas que los que dirigen tu país promuevan leyes y principios que defienden la muerte de inocentes y la promiscuidad sexual sin darle ninguna importancia? ¿Estamos olvidando la ley de Dios para sustituirla por la inmoralidad prevalente en la sociedad?
“Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.” Deuteronomio 4:9
Haz lo que sea necesario para recordar lo que el Señor enseña y no te canses de comunicarlo a tus seres queridos para que estos también lo aprendan y se beneficien de ello.
El Shemá de los Hebreos
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.
Y Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”
Cuando nuestro primer hijo comenzó a poder comunicarse con nosotros de una forma, digamos, recíproca, establecimos la primera norma de casa. Digamos que esta fue específicamente diseñada para él. Queríamos que aprendiera a obedecer. Si le pedíamos algo, queríamos que lo hiciera con buena actitud. Sin embargo, la norma número uno no era “obedece”. Más bien llegó a ser “escucha y obedece”. Y es que el niño mostraba muy buena disposición, pero si no escuchaba con atención para percibir lo que queríamos, “no lo oía” o “no recordaba lo que le estábamos pidiendo”. Así que tuvimos que enfatizar que para poder seguir instrucciones, cuando se estaban dando, debía mirar y escuchar atentamente.
Esto nos ayudó a trabajar la capacidad de escuchar y retener. Cierto es que aunque las instrucciones de “recoge los legos” se procesaba correctamente, era muy probable que a los pocos minutos de comenzar a recoger, la propia actividad lo llevara a comenzar a jugar y olvidar aquello que debía estar haciendo. Poco a poco, con práctica y empeño de ambos lados, el oír y el hacer se hicieron más comunes. Porque es cuando actúas sobre lo que has oído que realmente muestras que estabas escuchando de verdad.
El Shemá de los israelitas, es una especie de “escucha y obedece”. Shemá es literalmente el verbo escuchar en Hebreo. Si el pueblo no escuchaba atentamente con la intención de retener la información recibida para poder seguir las instrucciones, seguramente se despistarían a la primera distracción.
Tanto en casa como a la hora de realizar cualquier actividad que requiera seguir unas instrucciones, es necesario prestar atención a estas con esfuerzo. Así también con los preceptos que Dios establece. Para poder realizar la actividad con éxito, debemos atender con la determinación de hacer. Por eso hay varios versículos en el nuevo testamento que nos lo recuerdan. Mateo 13:9 dice: “El que tenga oídos para oír, oiga.” Y el que oye, actúa.
Mateo 7:24 dice: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.” Lucas 11:28
Con la misma esencia, hablando de mirar como una escucha en acción, leemos en Santiago 1:25: “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
Dios nos pide que no seamos oidores olvidadizos. No comencemos el bien hacer para distraernos con los afanes de este mundo. Porque lo que sigue en el Shemá es amor, ese deseo de agradar a aquel que amas. Dice: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”
Volviendo a la ilustración, cuando el niño quiere agradar a sus padres, porque les ama, porque son más importantes para él que unos bloques de plástico, aprende a recoger, sabiendo que esto no significa el comienzo de una existencia miserable, sino al contrario, entendiendo poco a poco que sus padres tienen planes buenos para él, que la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere en todo momento, sino que es más valioso desarrollar relaciones afectuosas, y amar a aquellos que desean nuestro bien, disfrutando el uno del otro.
¿Amas al Señor tu Dios así, de todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas? ¿Lo amas con todo tu ser? Él te ama a ti así. ¿Cómo lo sé? Porque lo ha mostrado.
En 1 Juan 4:9-11 nos dice: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.”
Dios dió a su propio hijo para morir, con el fin de que nosotros vivamos por él. 1 Juan 4:19 nos dice “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” Dios es el que inició esta relación. Dios es el que sacrificó sin garantías, por amor.
¿Cómo muestras tú tu amor a Dios? En Juan 14:15 dice el Señor Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” ¡Qué mejor manera de mostrar a alguien que lo amas que escuchando su voz y respetando su voluntad. Pues Él solo quiere lo mejor para ti siempre; El Señor es único; no hay otro como él. Y amarlo con todo nuestro ser no conlleva riesgo alguno.
Shemá, Israel. “Escucha oh Israel, El Señor tu Dios, uno es.”
Escuchemos nosotras, y amemos a Dios como solo Él merece, con nuestros pensamientos, con nuestro ser, con nuestro hacer.
Administración agradecida
Al leer el texto en Deuteronomio 14: 22-27 me vino a la mente el incidente en los evangelios donde el Señor Jesús entra en el templo, e indignado por lo que encuentra, voltea las mesas y echa a todo el que estaba haciendo negocio de las cosas del Señor.
El texto en Deuteronomio había dado instrucciones sobre el diezmo. Lee así:
“Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días.”
Vemos que Dios estableció que un 10% de la cosecha fuera presentada ante dIos como recordatorio para el pueblo de que Dios era el que proveía para ellos.
En Deuteronomio 8 les había dicho:
“Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre;
y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día.” Deuteronomio 8:11-14, 17-18
El mensaje era claro. Cuando trabajas duro, y llega el momento de recoger beneficios, es muy fácil olvidar que Dios te dio el trabajo, te dio la fuerza, te dio cada detalle que necesitabas para poder ejercer tu trabajo con éxito. El pensar que es tan solo mérito nuestro sería falso e incorrecto. Esta actitud es propia de una persona orgullosa que olvida las bondades del Buen y gran Dios.
Si el pueblo de Dios iba a mantener una relación de confianza en Dios, esta práctica era importante. El principio sigue siendo importante para nosotros. No estamos bajo la ley que estipula que un 10% de nuestros ingresos se destinen al Señor, pero seamos honestas. Todo lo que tenemos pertenece al Señor. Tanto es así que Él puede permitir que el dinero aumente o disminuya como quiera. Es increíble como uno puede ahorrar y usar su dinero con cautela, y sin embargo llegan gastos inesperados. Yo tengo muy claro que tanto yo como todo lo que poseo es del Señor. Esto me ayuda a vivir y usar lo que Dios me ha dado de manera que le traiga a Él gozo. Y si algo se va de forma desafortunada, entonces puedo confiar en que mi Padre celestial, el administrador, me puede dar todo lo que necesito.
Esta es la esencia del diezmo. Esto es lo que Dios quería que su pueblo tuviera en mente. Les instruye que cuando el lugar del tabernáculo fuera establecido, fueran allí a presentar las ofrendas de su cosecha. Dice así el texto:
“Y si el camino fuere tan largo que no puedas llevarlo, por estar lejos de ti el lugar que Jehová tu Dios hubiere escogido para poner en él su nombre, cuando Jehová tu Dios te bendijere, entonces lo venderás y guardarás el dinero en tu mano, y vendrás al lugar que Jehová tu Dios escogiere; y darás el dinero por todo lo que deseas, por vacas, por ovejas, por vino, por sidra, o por cualquier cosa que tú deseares; y comerás allí delante de Jehová tu Dios, y te alegrarás tú y tu familia. Y no desampararás al levita que habitare en tus poblaciones; porque no tiene parte ni heredad contigo.”
Las once tribus de Israel debían practicar el diezmo, trayéndolo al lugar que Dios hubiera estipulado, y si estaban lejos, debían vender el producto y comprar en el lugar del sacrificio los materiales para poder ofrendar, atendiendo también a las necesidades de los levitas, los cuales cuidaban el templo y no tenían cosecha.
Siglos más tarde, en Jerusalén, la venta de animales había invadido el templo, y parecía más bien un mercado cualquiera que el lugar de culto que Dios había reservado. Los mercaderes se aprovechaban de que los viajeros tenían que cambiar moneda, que tenían que comprar el producto ahí, y estaban abusando de las personas sinceras que venían a ofrecer a Dios de lo que Dios les había provisto.
¿Cómo es posible que una actividad diseñada para mostrar confianza y apreciación hacia Dios había sido manipulada de tal modo que le trae a Cristo indignación?
Jesús dice: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.” Mateo 21:13
Esta era una fuerte acusación a aquellos que debían guardar el templo, manteniéndolo como casa de oración. Habían descuidado la esencia de la adoración a Dios, convirtiendo las actividades de dedicación a Dios en actividades lucrativas. ¡Que Dios nos guarde de hacer lo mismo!
Me gustaría acabar reflexionando sobre la práctica de agradecer a Dios por todo lo que nos da, y la necesidad de usarlo sabiamente y para traer bendición a otros en tanto que sea posible. Aparte del diezmo que el pueblo debía traer anualmente, Dios pidió que cada tres años se trajera otro 10% para los levitas y para ayudar a aquellos que estaban pasando necesidad. Dice así el texto: “Al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año, y lo guardarás en tus ciudades. Y vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán saciados; para que Jehová tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hicieren.”
Esto era una práctica que aseguraba que los extranjeros que eran nuevos al lugar y todavía no tenían cosecha pudieran tener un comienzo digno. También se beneficiarían las viudas mayores que no podían trabajar ni se volverían a casar, y los huérfanos que aún no podían trabajar. Esto no era para que nunca tuvieran que trabajar. Más bien era para ayudarlos hasta que ellos mismos pudieran ganar su propio pan. Los levitas que atendían al tabernáculo también eran beneficiarios de estas ofrendas.
Dios ofreció su bendición para aquellos que fielmente siguieran esta práctica. Sin embargo no era un intercambio de favores en el que se le daba a Dios para recibir su bendición. Nunca pienses que Dios quiere tu dinero. Dios no lo necesita. Dice el Señor en el Salmo 50:12 “Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; Porque mío es el mundo y su plenitud.”
Si este principio lo tenemos claro, podemos entender que lo que damos al Señor es tan solo para decirle en humildad y amor: “entiendo que todo lo que tengo te lo debo a ti. Y te doy las gracias por suplir cada necesidad que tengo. Lo que yo pueda ganar, ayúdame a usarlo de forma que te honre, y ayúdame a notar y suplir las necesidades de otros que no tienen en este momento.”
Dios bendice al dador alegre, y condena la avaricia. Administremos nuestros bienes de forma que Dios los pueda usar como Él quiera.
¿Para qué quiero obedecer?
El concepto de la obediencia está mal visto por algunos. La idea de sumisión se ve como debilidad. Se nos quiere hacer pensar que obedecer es dejar que otros piensen por nosotros, o que someterse es permitir que abusen de nosotras o que nos anulen.
Pero nada hay más lejos de la realidad. Todo lo que hacemos durante cada día de nuestras vidas requiere algún tipo de obediencia o sumisión. La cuestión es a qué o quién nos vamos a someter.
Todos nos sometemos a la ley de la gravedad, por ejemplo. Aceptamos que existe una ley universal que nos atraerá hacia el suelo, la silla, la cama, o lo que sea que tengamos debajo. Cuando saltamos de una roca a otra, planeamos dónde poner el pie para no caer al vacío. Intentar revelarnos contra la ley de la gravedad traería grandes consecuencias. Pero una vez la aceptamos (nos sometemos a ella), podemos organizar nuestra vida sin siquiera darle muchas vueltas.
Igual sucede con muchas otras cosas. Para obtener un trabajo, debes someterte a las normas de la empresa, debes seguir protocolo a la hora de asistir a cualquier sitio. Entras por la puerta que te han asignado, aprendes contraseñas que te permiten acceder a una cierta página. Circulamos en carretera por el lado que nos han asignado, y pasamos las inspecciones rutinarias que se nos exigen.
Digamos que para vivir en sociedad debemos aprender a someternos u obedecer continuamente, y es normal y saludable. El ideal que algunos pintan por los muros de otros proclamando anarquía e insumisión muestran una rebeldía sin sentido, ya que estos mismos se cometen continuamente a algo o alguien, aún si no lo quieren admitir.
Entiendo que la duda para muchos surge cuando aquellos que están marcando las normas no son de fiar. Emitimos un juicio de valor que nos hace dudar de esa autoridad, y esto nos lleva a resistirnos a seguir sus instrucciones. Esto es algo delicado, porque es cierto que hay situaciones de abuso que se deberían evitar. En estos casos, lo mejor es evaluar bien la situación, asegurarnos que nuestra evaluación es correcta, y buscar ayuda en la que podamos confiar para salir de esta situación.
Pero cuando evaluamos y vemos que podemos confiar, podemos tomar la decisión de seguir las pautas establecidas, incluso cuando no entendamos algunas de las normas. Esto ocurre por ejemplo cuando estamos al ordenador. Si se nos exige teclear una combinación de letras y símbolos que no entendemos, pero sabemos que sin esta combinación no podemos avanzar al siguiente paso, confiamos que este paso me llevará al resultado que queremos obtener, y porque confías en el programador de la página, seguirás sus instrucciones. Es cierto que a veces puede que lo hagamos con algo de nerviosismo o sentimiento de incertidumbre, pero al hacerlo y ver que ha funcionado, obtenemos más confianza para la próxima vez.
Esta confianza en aquel que establece las normas es crucial para la obediencia. Por eso Dios ya se ha presentado a sí mismo, y ha mostrado su carácter bueno y justo. Cuando conoces a Dios y ves su amor y fidelidad, puedes confiar en que sus preceptos son buenos. El salmo 119 nos recuerda lo buenos y agradables que son los mandamientos de Dios. El salmista los había probado. Había confiado en Dios, y podía proclamar que las normas de Dios son dignas de confianza y obediencia.
El pueblo de Israel debía obedecer si quería la protección de Dios. Pero si desobedecían, Dios les había advertido de las consecuencias de no tener a Dios como su Dios y Protector. La bendición de la obediencia era lo que les daría el bienestar en la tierra. No que no tuvieran luchas, pero tendrían la presencia de Dios en la prueba para darles la victoria. Por el contrario, si escogían desobedecer, si ponían su confianza en otros, obedeciendo otras voces, sometiéndose a sus propias pasiones y a los mensajes de los pueblos de alrededor, perderían la relación con Dios y su protección. La desobediencia los llevaría a la destrucción.
Deuteronomio 11: 26-28 resume varios capítulos del libro. Dios dice
“He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido.”
Ya les había dado consecuencias específicas por las que debían elegir obedecer a Dios:
“para que seáis fortalecidos, para que entréis y poseáis la tierra, para que os sean prolongados los días”
Si decidían desobedecer a Dios, no significaría que ya no obedecían a nadie. Pensar eso sería ingenuidad ilógica. Todos obedecemos a algo o a alguien. No hay nadie que siempre haga lo que quiere. ¿Tú conoces a alguien? Aún cuando piensas que eres dueña de ti misma, no consigues “obedecer tus deseos”. O si no me crees, prueba. Quieres mejorar tu salud o tu apariencia, así que decides restringir tu dieta y hacer ejercicio. Y si es tu decisión, ¿por qué te cuesta tanto obedecer tus propias normas? Quieres madrugar para usar mejor el tiempo ¿Por qué tu cuerpo no te obedece y se resiste a levantarse unas horas antes?
El apóstol Pablo lo expresa así en Romanos 7:19 y 21 “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.” “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.”
Y concluye que es Cristo y Cristo solamente en el cual podemos poner nuestra confianza para seguir los preceptos que nos convienen, aquellos que Dios ha establecido.
Cualquier otra opción supone confiar y obedecer a otros dioses, ya sean tus propios deseos o aquellos difundidos por otros. Estos dioses no son eternos, ni santos, ni bondadosos; y la obediencia a estos dioses resulta inevitablemente en maldición.
Dios en Deuteronomio 29 les advierte así:
“No sea que haya entre vosotros varón o mujer, o familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios, para ir a servir a los dioses de esas naciones; … y suceda que al oír las palabras de esta maldición, él se bendiga en su corazón, diciendo: Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón.”
Te animo a poner tu confianza en el único Dios y Salvador, y a confiar en Él cada día, sabiendo que obedeciendo su código moral disfrutarás de su bendición diaria. Elige la bendición en cada decisión.
Escoge la vida
Deuteronomio 30:11-20 nos narra cómo Moisés, ya acercándose al final de su mensaje, anima al pueblo a escoger la vida, siguiendo los principios establecidos por Dios. Analicemos el texto que comienza así:
“Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.”
“Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.”
Los israelitas tenían como destino la tierra física, una herencia temporal que disfrutarían ellos mientras vivieran y sus hijos después de ellos según el pacto que habían hecho con Dios.
Este pacto dependía de que ellos siguieran los preceptos de Dios. El texto continúa con la advertencia:
“Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella.”
Ellos podían elegir si obedecerían a Dios o si irían tras otros dioses. Al ir tras otros dioses se harían esclavos de las ideologías y prácticas ajenas a Dios. Seguirían las corrientes de aquello que amaran. Amando a Dios, seguirían a Dios. Amando otras cosas, otros dioses, seguirían aquello que estos ofrecían. ¿Qué decidirían hacer?
Moisés les continúa exhortando:
“A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él;”
Les dice: Os he dado una elección sencilla y fácil. ¿Quién dudaría un instante en elegir entre la vida o la muerte? Si nos dieran a elegir, ¿quién elegiría la muerte, verdad? Moisés sabe que el pueblo ha elegido múltiples cosas en diferentes situaciones, y sabe que el pueblo elegirá en el futuro dejar a Dios para ir tras otras cosas. Y está rogando: escoge al Señor, escoge la vida.
Y llega a la máxima motivación diciendo:
“porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.”
Dios es vida. Dios es vida para ellos y Dios es vida para nosotras. En Juan 14:6 Jesús dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”
¿Por qué elegiría alguien la vida? Porque Dios es vida. Dios de hecho es vida eterna. Los días de los israelitas en la tierra serían prolongados por la obediencia a Dios, pero más allá de este mundo, Dios ha prometido la vida eterna, días sin fin, a todo aquel que cree en el Hijo, Jesucristo.
El nuevo pacto en Cristo nos da a nosotros como destino al escoger a Cristo, el Padre. Nos proporciona vida eterna con el Padre. Y como dice el texto en Deuteronomio, no es algo demasiado difícil. Dios ha hecho la parte difícil. Cristo ha pagado ya la entrada. Para nosotros ni es difícil ni está lejos. Él ha bajado del cielo a la tierra para que lo podamos obtener. Ha cruzado el umbral de la vida y la muerte para que nosotras podamos vivir.
La Palabra está en tu boca y en tu corazón, como dice el texto. Romanos 10:9 dice “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.”
Dios ha puesto delante de ti hoy la vida y la muerte; el bien y el mal. ¿Y qué te pide? Volvamos a leer el texto: “que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos” Hemos dicho anteriormente que la salvación en Cristo no se puede ganar haciendo cosas, que es regalo de Dios. Mas Santiago 2:26 nos dice “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” Aquel que ama al Padre obedece sus mandamientos (Juan 14:15).
Si te has arrepentido de huir de Dios y has recibido a Cristo por la fe, tu vida estará en conformidad con los estatutos de Dios. ¿Está tu fe muerta, sin obras? Muestra tu fe por tus acciones, dice la carta de Santiago, para que otros vean a Cristo en ti.
Como lo hizo a la orilla del Jordán para los israelitas, Dios ha puesto delante de ti hoy la vida y la muerte. Escoge la vida, “Porque no os es cosa vana; es vuestra vida”, como dice el versículo 47 del capítulo 32.
Escoge amar al Señor hoy y seguir sus preceptos sin desviarte tras otros dioses que demandarán tu servicio y devoción. Escoge la vida, escoge a Cristo, al único Eterno y Santo Dios.
Sobre la destrucción de los cananeos
El pueblo de Israel debía entrar a la tierra que Jehová les había prometido. Sin embargo, otros pueblos habitaban la tierra. Estos eran conocidos por sus prácticas paganas. Dios les pidió que utilizaran la logística militar para conquistar la tierra. Esto nos puede parecer a muchos como algo cruel, pero conociendo el carácter de Dios, sabemos que aquellas batallas que tendrían lugar eran el último recurso, la última opción. Dios, en Deuteronomio 20, pide al pueblo que intente vivir en paz con otras naciones.
Dice así: “Cuando te acerques a una ciudad para combatirla, le intimarás la paz. Y si respondiere: Paz, y te abriere, todo el pueblo que en ella fuere hallado te será tributario, y te servirá. Mas si no hiciere paz contigo, y emprendiere guerra contigo, entonces la sitiarás.”
Pero Dios sabía que los cananeos habían traspasado los límites de pecado. Como Sodoma y Gomorra en su día, estos pueblos se habían pervertido hasta el punto de la destrucción.
Dice Dios en Deuteronomio 20:17-18: “los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha mandado; para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios.”
Dios había dejado claro que Su pueblo no debía seguir las abominaciones de los pueblos de Canaan. Estos grupos específicos en este tiempo específico debían desaparecer.
Yo no soy experta en historia y sé muy poco de las costumbres de los pueblos de Canaan en los tiempos de Moisés, pero lo que la Biblia nos cuenta de sus prácticas se puede encontrar también en los escritos encontrados sobre los ritos paganos de la zona y época.
En Deuteronomio 12:31 leemos “toda cosa abominable que Jehová aborrece, hicieron ellos a sus dioses; pues aun a sus hijos y a sus hijas quemaban en el fuego a sus dioses.”
Y en Deuteronomio 19:10 les dice “no sea derramada sangre inocente en medio de la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad.” En Deuteronomio 18:9-12 les instruye:
“Cuando entres a la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti.”
La decadencia moral de los cananeos era conocida por todos. Levítico 18 dice “En ninguna de estas cosas os amancillaréis; porque en todas estas cosas se han ensuciado las gentes que yo echo de delante de vosotros.” Toma si quieres unos minutos para repasar las actividades inmorales comunes en este pueblo. No solo eran inmorales en el ámbito sexual, que lo eran, sino que también menospreciaban la vida de los infantes, sacrificándolos a sus dioses (Deuteronomio 12). Lo cierto es que al leer estos pasajes uno puede observar que los pecados de nuestra sociedad no están tan lejos de la de estos, y eso nos debería hacer reflexionar.
A este pueblo lo tendrían que destruir porque insistían en su pecado y su sociedad se había corrompido. (Hay otros ejemplos en la historia de la humanidad en que pueblos con prácticas extremadamente inmorales desaparecieron.)
Cuando entendemos esta realidad, continuamos preguntándonos: ¿Debían los israelitas matar a los niños inocentes?
El hecho de que Dios pidiera al pueblo que los destruyera no significaba que los aniquilaran sin distinción. Veremos en el libro de Josué que hubo cananeos que se arrepintieron y siguieron a Dios, aunque estos no fueran muchos. Dios siempre es fiel a su carácter Santo, justo y bueno, y como leíamos anteriormente, no se derramaría sangre inocente.
Hay personas que se quejan de que Dios permita el mal, pero cuando decide Dios limpiar la maldad en un momento dado de la historia, la gente también levanta la voz, acusando a Dios de crueldad. Si Dios no para el mal, preguntan: ¿Por qué no para Dios el mal? Pero cuando Dios para el mal, hay también una reacción negativa: ¿Por qué para el mal? “¡Eso es violento, es injusto!” Parece ser que no importa los que Dios haga, aquellos que no quieren creer en Él o quieren crear un dios a su manera van a encontrar un modo de eliminarlo de sus vidas.
Sin embargo hay hipocresía en estas quejas. Cuando Dios decide quién vive y quién no, sus opositores reaccionan con indignación. Y al mismo tiempo, el ser humano quiere poder decidir quién vive y quién no; esto lo llegan a considerar un derecho moral. Parece una contradicción, una incongruencia.
Si Dios es el dador de la vida, Él y solo Él tiene el derecho de decidir quién vive y quién muere. Esto puede sonar radical, pero es la realidad. Vuelvo a repetir algo que debemos tener muy claro, y es que Dios es y será siempre fiel a Su carácter Santo, Justo y Bueno.
Dios ya ha dicho en Su Palabra una y otra vez que Él es único. Nadie puede tomar el papel de Dios. Pero Él, el Creador tiene la autoridad de tomar una vida, porque siempre tiene una buena razón y un buen fin, más allá de lo que nosotros podamos comprender. Para el cristiano, el final de una vida no es el final de La Vida, porque Dios ha dado vida eterna a cada persona que ha puesto su fe en Cristo. Es más bien un cambio de domicilio. La tristeza que nos queda en este mundo es difícil de aceptar, pero con la esperanza de la vida eterna, uno puede vivir esta vida con gozo y paz.
La obra de Dios en la historia va más allá de lo que nosotras podamos comprender, pero la elección de confiar en el juicio perfecto de Dios es crucial para un buen entendimiento de su persona.
Los cananeos no podían habitar la tierra junto con los Israelitas, porque Dios sabía que estas prácticas prevalecerían. Dios, en su Sabiduría y justo juicio tomó la decisión. El libro de Josué, al que nos adentramos relata las batallas de los israelitas en la conquista de la tierra. Como en un libro de historia, podremos observar lo que ocurrió en ese momento de la historia en ese lugar del mundo, pero no olvidemos que aún más importante es que observemos la relación del hombre con el Creador y la necesidad de un Salvador que un día quitaría el pecado de raíz, aquel que “salvará a su pueblo de su pecado” A Cristo, el Mesías.
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