Josué
El libro de Josué describe el proceso por el cual Dios cumple la promesa que había hecho a su pueblo muchos años antes. Es un libro que presenta personajes e historias del pueblo de Israel. Dios se muestra fiel a su pueblo en cada situación, mostrando su presencia en cada momento, su poderoso y amoroso cuidado y su sabia enseñanza.
Índice:
Josué, el sucesor de Moisés
El libro de Deuteronomio llega a su fin con el pueblo a las orillas del Jordán, Josué listo para adentrarlos a la tierra al otro lado del río, y Moisés despidiéndose de este mundo para ir con el Señor en gloria.
Sus palabras de parte de Dios al pueblo sobre la sucesión de Josué fueron: “Este día soy de edad de ciento veinte años; no puedo más salir ni entrar; además de esto Jehová me ha dicho: No pasarás este Jordán. (2) Josué será el que pasará delante de ti, como Jehová ha dicho (3).
Hemos podido ver a través de los libros del Pentateuco cómo Dios preparaba a Josué para liderar a Su pueblo. Ya en Éxodo 17 vimos a Josué liderando el ejército que defendía al pueblo de Israel. Josué era un fiel servidor de Moisés. En el capítulo 24 de Éxodo Josué subió al monte Sinaí con Moisés. Como dice Exodo 24:13, “se levantó Moisés con Josué su servidor, y Moisés subió al monte de Dios.”
Pudimos ver que estuvo ahí esperando a Moisés, al pie del monte y que bajaron juntos a ver qué ruido era el que se oía subir desde el campamento, lo cual resultó ser el pueblo adorando al becerro de oro que habían hecho. Leímos que una vez que fue erigido el tabernáculo, Josué permanecía ahí fielmente.
Éxodo 33:11 dice “Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo.”
En Números 11 lo volvimos a ver fielmente ayudando a Moisés a juzgar sobre el pueblo. En el capítulo 13, Josué fue uno de los doce varones que salieron a reconocer la tierra, y en el 14 vemos que junto con Caleb, Josué animó al pueblo a entrar a la tierra que Dios les había prometido. El pueblo no obedeció por temor, y Dios prometió que Josué y Caleb entrarían a la tierra, pero que los demás varones mayores de 20 años no entrarían a la tierra prometida por causa de su incredulidad.
Nos narra Números 27:17 cómo Moisés, sabiendo que llegaba el momento de su muerte, rogó a Dios: “Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, varón sobre la congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor.”
Y Dios contestó la oración de Moisés, designando a Josué. Dios pidió que tomara a Josué, hijo de Nun, varón en el cual había espíritu, y que poniendo sobre él su mano, lo designara como su sucesor.
En el capítulo 32 de Números nos narra que este lideraría al pueblo y los adentraría a la tierra prometida.
Y vemos en Deuteronomio 31:6-8 que Moisés encomienda definitivamente a Josué la tarea de guiar al pueblo.
“Y llamó Moisés a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel: Esfuérzate y anímate; porque tú entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría, y tú se la harás heredar. Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.”
En el versículo 23 del mismo capítulo, antes de acabar su mensaje, vuelve a repetir palabra de Jehová:
“Esfuérzate y anímate, pues tú introducirás a los hijos de Israel en la tierra que les juré, y yo estaré contigo.”
Nos dice el texto que “Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor.” dice Deuteronomio 34: 7 Dios lo había preservado fuerte y con buena salud.
Dice el texto que “nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara; nadie como él en todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel.”
Tomar el relevo de Moisés no era tarea fácil. Si recordamos, Moisés había expresado muchas dudas al comenzar su ministerio. No oímos dudas y preguntas de parte de Josué, pero puede que las tuviera, y Dios lo sabía. Quizás por eso Dios le dice una y otra vez, “esfuérzate y “sé valiente, “yo estaré contigo”.
Nos dice el texto en Deuteronomio 34 que “Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés.
Y en el primer capítulo del libro de Josué encontramos a Jehová mismo hablando con él:
“Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel.”
“como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé.” Y le dice una vez más: “Esfuérzate y sé valiente;” “porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos.” “Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.”
Y por si no lo ha dicho suficientes veces, le vuelve a decir: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”
Josué sabía que la tarea que se le asignaba no era fácil. Ya había visto cómo era el pueblo cuando se desviaban de los preceptos del Señor. Sabía que esto ocurriría. Y sin embargo vemos a Josué dispuesto a cumplir el plan de Dios para su vida.
Dios lo había preparado y ahora aceptaba el reto que tenía por delante, sabiendo que siempre contaría con la presencia de Dios. Gracias a Dios por hombres y mujeres que como Josué están dispuestas a aceptar los retos que el Señor da. Y todas podemos, como Josué, tomar los retos del Señor con esfuerzo y valentía, siempre que el Señor esté con nosotras.
“Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará.” Adelante con la tarea que el Señor te ha asignado; el Señor esté contigo.
El paso del Jordán
Nos hemos embarcado en este año en una lectura a través de la Biblia, la Palabra revelada de Dios. Hemos leído los libros de la Torah, la ley y enseñanza de Dios para Su pueblo. Los libros que vienen a continuación son libros sobre la historia del pueblo de Israel. Pero el pentateuco que acabamos de leer no solo incluía leyes y enseñanzas, también nos ha contado la historia del pueblo desde su génesis. De igual modo, los libros históricos que vienen a continuación no son meros relatos de eventos en la historia. Dios tiene muchas enseñanzas en todos estos libros que nos muestran a Dios y su interacción con el ser humano. Te invito a continuar leyendo las Escrituras para conocer a Dios más y mejor.
El libro de Josué narra el paso del pueblo por el río Jordán , la conquista de Canaán y la repartición de la tierra que Dios había prometido a Su pueblo.
Es interesante que los primeros capítulos de Josué narran situaciones similares a las aventuras del pueblo en el comienzo del viaje a la salida de Egipto. Es interesante ver cómo del mismo modo que Dios había abierto el mar Rojo para que su pueblo pasara, así también Dios les abre el río Jordán para que avancen hacia la tierra que habían de tomar.
En el capítulo tres de Josué, el pueblo, habiendo preparado provisiones para el viaje, marcharon tras el arca del pacto para cruzar el río. A una distancia prudente del arca de Dios, el pueblo siguió el camino que Dios les fue mostrando. Y cuando habían llegado a las orillas del Jordán, Dios mostró que estaba con Josué como había estado con Moisés, e hizo partir las aguas del rio para que se detuvieran y no siguieran su curso río abajo.
Josué 3:15-17 nos narra que: “cuando los que llevaban el arca entraron en el Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el arca fueron mojados a la orilla del agua (porque el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega), las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón bien lejos de la ciudad de Adam, que está al lado de Saretán, y las que descendían al mar del Arabá, al Mar Salado, se acabaron, y fueron divididas; y el pueblo pasó en dirección de Jericó. Mas los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová, estuvieron en seco, firmes en medio del Jordán, hasta que todo el pueblo hubo acabado de pasar el Jordán; y todo Israel pasó en seco.”
En el versículo 4:18 leemos que “cuando los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová subieron de en medio del Jordán, y las plantas de los pies de los sacerdotes estuvieron en lugar seco, las aguas del Jordán se volvieron a su lugar, corriendo como antes sobre todos sus bordes.”
Los israelitas, siguiendo las instrucciones de Dios a Josué, hicieron un monumento en Gilgal, para recordar lo que Dios acababa de hacer para ellos, y nos dice el capítulo 4:21-22 que habló Josué a los hijos de Israel, diciendo: “Cuando mañana preguntaren vuestros hijos a sus padres, y dijeren: ¿Qué significan estas piedras? declararéis a vuestros hijos, diciendo: Israel pasó en seco por este Jordán. “
“En aquel día Jehová engrandeció a Josué a los ojos de todo Israel; y le temieron, como habían temido a Moisés, todos los días de su vida.”Josué 4:14
El pueblo estableció su campamento en Gilgal, y descansaron. Ahí los varones fueron circuncidados por primera vez desde que habían salido de Egipto. Dios no les había exigido la práctica de circuncidar a los niños nacidos en el desierto y ahora, cuando tenían oportunidad de descansar y recuperarse, pudieron cumplir este rito que el Señor había establecido para su pueblo, Israel. Y ahí en Gilgal celebraron la pascua ya pudiendo disfrutar de los alimentos de la tierra.
Es precioso ver que una vez ya fuera del desierto, cuando ya tenían a su disposición otros alimentos, el maná cesó, nos dice el capítulo 5:12. El maná había sido una provisión diaria para el pueblo durante su trayectoria por el desierto. Ahora entraban en otra etapa de sus vidas, y el maná ya no sería necesario.
El capítulo cinco acaba contando cómo un varón, el Príncipe del ejército de Jehová, se presentó a Josué cerca de Jericó. Me hace pensar en el incidente de la zarza ardiente donde Dios había hablado con Moisés. Al igual que en la zarza, el Príncipe del ejército de Jehová dijo a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo. Él sería el que dio el mensaje a Josué de cómo debían tomar la ciudad de Jericó, que veremos en otro momento.
Josué y el pueblo estaban preparados para tomar la tierra, decididos a obedecer los mandatos de Dios. Josué había mandado a dos espías para que les informaran sobre la tierra y sobre la primera ciudad a la que llegarían, Jericó, y Dios los protegió, y pudieron aportar información importante sobre el lugar y los habitantes. Pero esta vez no hubo quien dudara. Sabían que Dios los había traído hasta aquí y les daría la victoria.
En este libro veremos que cuando el pueblo se somete a las instrucciones de Dios, hay victoria, casi sin mucho esfuerzo. Sin embargo, veremos también que cuando las instrucciones de Dios se ignoran, hay consecuencias para muchos.
Los capítulos 6-12 relatan las batallas del pueblo para la conquista de la tierra. Los capítulos 13-22 son capítulos en los que se describe el repartimiento de la tierra, por lo que convendrá mirar un mapa para no perderse en la lectura.
Te invito como hasta ahora a leer el libro por tu cuenta, y si tienes alguna duda, la consultes con nosotros o con alguien más cercano a ti. La Palabra de Dios se ha escrito para que conozcamos y entendamos a Dios mejor. Continúa con entusiasmo. Valdrá la pena el tiempo que le dediques. Hebreos 4:12 nos dice: “La Palabra de Dios es viva y eficaz.” Y por la gracia de Dios, está al alcance de todos. Disfrútala.
El tesoro de Jericó
Si lees la historia de la conquista de Jericó, habrás pensado que el único tesoro posible en Jericó sería el tesoro que escondió Acán, y por el cual vino gran pérdida para el pueblo? Pero lo cierto es que hubo un tesoro más precioso que se encontró en Jericó, y que pudieron guardar sin castigo alguno. Dios había encontrado en la ciudad de Jericó personas que temían al nombre de Dios y quisieron unirse al pueblo de Dios y preservar su vida terrenal, al mismo tiempo que aseguraban su vida eterna. Quisiera hablar de este tesoro, un tesoro humano encontrado en la ciudad de Jericó.
Cuando los dos espías habían ido a inspeccionar la tierra, se adentraron a la ciudad de Jericó para calcular la dificultad de tomar la ciudad. Los espías entraron a hospedarse a la posada que estaba en el muro de la ciudad, la casa de una mujer de mala fama. Al llegar la noticia de que estos forasteros estaban ahí, el rey de Jericó fue en busca de los dos espías hebreos para detenerlos.
Rahab, que había oído de los israelitas y las maravillas que Dios había hecho, sintió la necesidad de esconder a los espías para que el rey de Jericó no los encontrara, y así les salvó la vida. Rahab sabía que el pueblo de Israel venía hacia la ciudad. Sabía que el Dios viviente era el que los protegía y los fortalecía.
Josué 2: 9-13 nos narra las palabras de Rahab: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Sehón y a Og, a los cuales habéis destruido. Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra.
Os ruego pues, ahora, que me juréis por Jehová, que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis vosotros con la casa de mi padre, de lo cual me daréis una señal segura; y que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es suyo; y que libraréis nuestras vidas de la muerte.”
Rahab tenía muy claro del lado de quién quería estar. El rey de Jericó y todo el pueblo habían oído las hazañas del pueblo de Israel y el poder del Dios altísimo, pero su reacción fue perseguir a los espías y prepararse para la guerra.
La historia nos narra en Josué 6 cómo Dios salvó la vida de Rahab y la de sus padres y hermanos y demás familiares. Esa noche, después de que los soldados hubieran desistido de buscarlos, salieron de la ciudad, bajando por el muro con la ayuda de una cuerda.
Los espías le pidieron que cuando viera que el ejército se acercaba a la ciudad, que colgara la misma cuerda por la ventana que estaba en el muro, y le prometieron que todo el que se hallara en su casa en ese momento sería salvo.
Me hace pensar en el arca que Noé construyó. Había ahí mucho sitio para todo el que creyera la palabra de Dios por medio de Noé y entrara en el arca. Y vimos que en esa ocasión solo ocho personas, los hijos de Noé y sus esposas, creyeron y se refugiaron en el plan de Dios.
En esta ocasión, en el capítulo 6 leemos el relato de la conquista de Jericó. Dios pidió a Josué que rodearan la ciudad de Jericó para tomarla. Durante siete días, los sacerdotes llevarían el arca del pacto alrededor de los muros de la ciudad, con siete sacerdotes marchando delante del arca con bocinas de cuerno de carnero.
“Y los hombres armados iban delante de los sacerdotes que tocaban las bocinas, y la retaguardia iba tras el arca, mientras las bocinas sonaban continuamente.” Josué 6: 9
Durante siete días consecutivos hicieron esto, rodeando la ciudad. El séptimo día, nos cuenta Josué, “se levantaron al despuntar el alba, y dieron vuelta a la ciudad de la misma manera siete veces; solamente este día dieron vuelta alrededor de ella siete veces.
Y cuando los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, Josué dijo al pueblo: Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad.”
Todo lo que había en la ciudad fue considerado anatema, esto es, maldito, y no podrían aprovechar nada de lo que allí hubiera. Dice el versículo 18: “Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis.”
Todo debía ser destruido, mas Josué da las instrucciones sobre el tesoro que el pueblo encontraría en Jericó y sí podría preservar. Los metales preciosos serían consagrados a Dios para el tesoro de Jehová,
“Y solamente Rahab la ramera vivirá, dijo Josué, con todos los que estén en casa con ella, por cuanto escondió a los mensajeros que enviamos.”
Rahab había conseguido que toda su parentela se reuniera en su casa ese día, habiendo confiado en la Palabra de Dios. Dice el texto que “los espías entraron y sacaron a Rahab, a su padre, a su madre, a sus hermanos y todo lo que era suyo; y también sacaron a toda su parentela, y los pusieron fuera del campamento de Israel.”
“Josué salvó la vida a Rahab la ramera, y a la casa de su padre, y a todo lo que ella tenía; y habitó ella entre los israelitas hasta hoy, por cuanto escondió a los mensajeros que Josué había enviado a reconocer a Jericó.” Narra Josué.
Y es que Dios ofrece salvación, no necesariamente a los de buen nombre o de buena posición. Dios ofrece salvación a todo el que cree en Él y se creyendo, obedece sus instrucciones por la fe. Nos dice el libro de los Hebreos y la carta de Santiago en el nuevo testamento que Rahab creyó a Dios, y por eso escondió a los espías. Su fe en Dios la llevó a actuar, incluso si esto significaba arriesgar su vida.
Veremos en las Escrituras más adelante que Dios escogió a Rahab para ser parte de la línea genealógica de la que vendría el rey David, y más tarde el Mesías. Solo Dios puede tomar una vida de esclavitud al pecado y convertirla en una vida de victoria, por medio de la cual la salvación vendría a este mundo. Así es la gracia de Dios.
Yo doy gracias a Dios por haberme mirado a mí, por haber dado a su hijo en mi lugar para que yo pueda disfrutar vida eterna en Él. Así es la gracia de Dios.
¿Qué pasó en Hai?
Como vimos en la conquista de Jericó, nadie podía tomar botín de lo que se hallaba en la ciudad. Todo era anatema, y lo único que se rescató fue para el Señor, tanto los metales como las personas que el Señor libró.
Sin embargo, Acán, olvidando que nada ni nadie se puede esconder de la vista de Dios, tomó para sí algunas cosas sin revelarlo a nadie más que a su familia.
Josué, no sabiendo nada de esto, envió a dos espías para evaluar la situación de la siguiente ciudad, Hai. Los espías le recomendaron no enviar todas las tropas, ya que eran pocos. Dijeron: “No suba todo el pueblo, sino suban como dos mil o tres mil hombres, y tomarán a Hai; no fatigues a todo el pueblo yendo allí, porque son pocos.” Josué 7:3
Así lo hicieron, y los de Hai salieron con poder, haciéndoles huir y matando a 36 de los soldados hebreos. No podían entender lo que había ocurrido. Josué estaba destrozado, y desanimado por los acontecimientos, fue al Señor en oración diciendo:
“¡Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos?
Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?”
Nos recuerda a las oraciones de Moisés, preocupado por lo que los pueblos de alrededor pensarían de la grandeza de Dios. Es una preocupación digna. Nos gusta poder mostrar el poder de Dios cuando las cosas salen bien. Queremos, con razón, que otros vean el poder de Dios. Y aquí en esta situación los pueblos podrían pensar que Dios no era tan poderoso. Sin embargo, todo lo contrario. Dios estaba más preocupado por la pureza de su pueblo que por su poder. Porque como hemos visto, Dios es Santo, y no puede permitir el pecado. De modo que
10 “Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro?”
Básicamente le dice a Josué, levanta, no lamentes más, déjame explicarte lo que ha ocurrido:
“Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres.”
Dios le informa que había habido no solo un pecado, sino varios. Habían desobedecido a lo que Dios había pedido, habían robado, y habían mentido sobre ello, guardándolo para que nadie se enterara. Notemos que lo dice en plural, por lo que entendemos que Acán no trabajó solo sino que sus familiares eran cómplices con él en el plan.
Y lo triste es que no fue hasta que Dios fue revelando la tribu y la familia responsable del delito que los culpables confesaron su pecado.
Cuando se desveló que era la familia de Acán, este no tuvo más remedio que confesar:
“Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello. Josué entonces envió mensajeros, los cuales fueron corriendo a la tienda; y he aquí estaba escondido en su tienda, y el dinero debajo de ello.”
Josué 7:20-22
A la lista de robo y mentira, Acán confesó que había codiciado (el último mandamiento), presente siempre previo al hurto. Y es que ningún pecado viene aislado, sino que suelen venir en compañía de otros pecados asociados.
Dios había pedido a Josué que tomara medidas para que el pueblo fuera santificado:
“Levántate, santifica al pueblo, y di: Santificaos para mañana; porque Jehová el Dios de Israel dice así: Anatema hay en medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros.”
Lo que había ocurrido en Hai era consecuencia directa del pecado de Acán y familia. Dios, en su santidad y misericordia hacia su pueblo, no podía dejar pasar el incidente. No podía hacer la vista gorda a este pecado, porque en el momento en que Él les dejara pecar sin consecuencias, sabía que la condición moral del pueblo se desplomaría, como veremos más adelante.
Así vemos que después de que el pueblo fuera santificado y el anatema quitado de la congregación, Dios les pidió que volvieran a subir para tomar la ciudad de Hai.
En el capítulo ocho vemos que “Jehová dijo a Josué: No temas ni desmayes; toma contigo toda la gente de guerra, y levántate y sube a Hai. Mira, yo he entregado en tu mano al rey de Hai, a su pueblo, a su ciudad y a su tierra. Y harás a Hai y a su rey como hiciste a Jericó y a su rey; sólo que sus despojos y sus bestias tomaréis para vosotros.”
Esta vez Dios les permitiría tomar botín. Oh, si Acán hubiera obedecido y esperado el momento para tomar del botín. Si hubiera confiado en los planes del Señor. Destruyó a su familia por pensar que él tenía mejor juicio que Dios. Había dudado de la bondad y justicia de Dios. Al desconfiar de Dios y de su plan, desobedeció. Y su rebeldía no sólo le afectó a él, sino a su familia y al pueblo en general.
Cuando el ejército de Israel había tomado la ciudad de Hai, Josué edificó un altar a Jehová Dios de Israel en Ebal, para ofrecer al Señor sacrificios de paz. Escribió también allí sobre las piedras una copia de la ley de Moisés, delante de los hijos de Israel. Y se leyó al pueblo la ley con las promesas de bendición y maldición que Moisés había leído antes de cruzar el Jordán.
Acaba la historia de Hai con este repaso de la ley de Dios. Era importante que todo el pueblo, adultos y niños, escucharan las palabras que Dios había dejado a su pueblo, porque el pueblo sería bendecido si guardaban la ley. Por desgracia habían tenido que ver que el pecado traía graves consecuencias para que volvieran atentos a escuchar la ley de Dios. Ahora tenían por delante una nueva oportunidad de ser fieles. Un nuevo día para buscar a Dios.
Guerra y Paz
Tras las victorias militares de Jericó y Hai, los pueblos de alrededor temieron a los israelitas. Sabían el poder que tenían, sabían que el Dios verdadero, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob estaba con ellos, y eso los hacía invencibles, siempre, como hemos visto, que el pueblo permaneciera cerca de su Dios.
Los gabaonitas, pueblo fuerte que habitaba cerca del lugar donde se hallaban los hebreos, salieron para engañarlos, haciéndoles pensar que venían de lejos y querían hacer paz con ellos. Los israelitas, engañados por las apariencias, creyeron a los gabaonitas e hicieron pacto con ellos sin consultar al Señor antes. Esto comenzó un patrón en Israel que como veremos en el próximo libro, corrompió al pueblo desde dentro. Al dejar a los que no temían a Dios infiltrarse en la sociedad que Dios quería mantener santa, veremos, que como ocurrió con el incidente perpetrado por Balaam, al pueblo de Dios solo se le gana cuando los que son de Dios comienzan a desear las prácticas de los paganos.
Nos narra Josué 10 que “Adonisedec rey de Jerusalén oyó que Josué había tomado a Hai, y que la había asolado (como había hecho a Jericó y a su rey, así hizo a Hai y a su rey), y que los moradores de Gabaón habían hecho paz con los israelitas, y que estaban entre ellos”
Así fue a hacer alianza con cinco reyes para atacar a los israelitas y a los de Gabaón, pueblo más grande que ellos.
El capítulo 10 narra cómo estos cinco reyes unidos vinieron para atacar a Israel, y Dios milagrosamente dio la victoria a los israelitas de mano de Josué.
Dios envió granizo del cielo y alargó el día milagrosamente como nunca había ocurrido ni jamás volvería a ocurrir. Nos dice el versículo 14 que “no hubo día como aquél, ni antes ni después de él, habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre; porque Jehová peleaba por Israel.”
Josué había venido ante Dios con una petición valiente e imposible, porque sabía que Dios era el Dios de lo imposible. Dios le honró, concediéndole la petición, y el versículo 21 nos dice que “Todo el pueblo volvió sano y salvo a Josué, al campamento en Maceda; y no hubo quien moviese su lengua contra ninguno de los hijos de Israel.”
Dios había contestado la petición de Josué al mismo tiempo que había asegurado que los pueblos de alrededor entendieran que Dios es Rey sobre todos los reyes de la tierra.
Josué 11: 18-20 explica: “Por mucho tiempo tuvo guerra Josué con (los reyes de alrededor). No hubo ciudad que hiciese paz con los hijos de Israel, salvo los heveos que moraban en Gabaón; todo lo tomaron en guerra. Porque esto vino de Jehová, que endurecía el corazón de ellos para que resistiesen con guerra a Israel, para destruirlos, y que no les fuese hecha misericordia, sino que fuesen desarraigados, como Jehová lo había mandado a Moisés.”
Si te interesa la historia y la geografía, los capítulos que le siguen a este son para ti. Toma un mapa y disfruta del proceso de conquista de los territorios de cada tribu. Este fue un periodo de guerra que tenía como fin establecer paz en esa zona del planeta. Lo consiguieron, según el texto de Josué 11:23
“Tomó, pues, Josué toda la tierra, conforme a todo lo que Jehová había dicho a Moisés; y la entregó Josué a los israelitas por herencia conforme a su distribución según sus tribus; y la tierra descansó de la guerra.”
Sin embargo, conociendo la historia contemporánea, sabemos que a día de hoy no hay paz en el medio oriente. Estamos hablando de miles de años, y todavía luchan los grupos de gente con diferentes ideales.
¿Por qué es esto así? ¿No es Dios fiel a sus promesas?
El capítulo 21 del libro de Josué nos dice que
“No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió.”
Josué acaba el libro recordando al pueblo que la obediencia a Dios es la clave de la paz. A la hora de su muerte, les deja con este mensaje:
“ Y he aquí que yo estoy para entrar hoy por el camino de toda la tierra; reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado ninguna de ellas. Pero así como ha venido sobre vosotros toda palabra buena que Jehová vuestro Dios os había dicho, también traerá Jehová sobre vosotros toda palabra mala, hasta destruiros de sobre la buena tierra que Jehová vuestro Dios os ha dado, si traspasareis el pacto de Jehová vuestro Dios que él os ha mandado, yendo y honrando a dioses ajenos, e inclinándoos a ellos. Entonces la ira de Jehová se encenderá contra vosotros, y pereceréis prontamente de esta buena tierra que él os ha dado.”
Josué 24: 14 “Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.
Josué 24:16 “Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses;
Y Josué respondió al pueblo: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos.”
La historia del pueblo de Israel está llena de conflictos, de victorias y de derrotas. Han sido esclavos de muchos, y han esclavizado a otros. A través de este pueblo Dios nos quiere enseñar lecciones importantes para nuestras vidas. Nos quiere guiar al Salvador. A día de hoy, la mayoría de los judíos no reconocen a Jesús como el Mesías, enviado por Dios para salvar a su pueblo de sus pecados. Mas Dios promete que llegará el día en que todos doblaremos rodilla ante Él, reconociendo que Cristo es Señor. Habrá un remanente, parte del pueblo de Israel que creerá en Cristo como el Salvador que quita el pecado del mundo, que trae la paz verdadera.
Hasta entonces, la historia que viene más adelante incluye mucho dolor, pero nunca abandonando la esperanza de un Salvador. Te animo a continuar conmigo a través de la historia de este pueblo, porque refleja la humanidad. Intentaré comunicar la relación de los acontecimientos y el interior del ser humano con nuestra vida aquí y ahora, y con lo que Dios tiene para nosotros en el futuro.
1 Tesalonicenses 5:23 “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”
Cristo ha venido para que podamos tener paz, paz eterna, paz real. Su paz es una paz que comienza en el corazón de cada individuo y que se traduce en paz con el prójimo, desde el más cercano y extendiéndose al enemigo. Es una paz que transciende el tiempo y las circunstancias, una paz que sobrepasa nuestro entendimiento, ofrecida gratuitamente por el Dios de Paz.
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