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Números

El libro de los Números se llama en Hebreo במדבר [Bəmidbar], "En el desierto." Trata las vivencias de los israelitas entre Sinaí y la llegada a la tierra de Canaan. El libro de Números se llama así debido a los censos del pueblo, y las detalladas instrucciones que contiene. Pero este libro tiene mucho más que datos demográficos. Los eventos relatados en sus páginas tienen lecciones importantes para cada una de nosotras.


Índice:

Postrados sobre el rostro




Una tarea asignada


Al principio del libro de Números vemos a Moisés en el tabernáculo, recibiendo instrucciones de Dios sobre el trayecto que les quedaba para llegar a la tierra prometida. Habían permanecido en Sinaí un año, realizando la construcción del tabernáculo y creciendo como nación. Ahora, en el segundo año, estaban listos para tomar posesión de la tierra. Les faltaba poco para llegar.


Dios le pide que se haga un censo y se cuentan los hombres disponibles para batalla. Ahí es donde nos damos cuenta del inmenso número de personas que viajaban. Números 1:45-46 nos dice que “todos los contados de los hijos de Israel por las casas de sus padres, de veinte años arriba, todos los que podían salir a la guerra en Israel, fueron todos los contados seiscientos tres mil quinientos cincuenta.” Estos eran de doce tribus de Israel:


De la tribu de Rubén,

De Simeón,

De Judá,

De Isacar,

De Zabulón,

De los hijos de José eran los hijos de Efraín y los de

Manasés

Los de Benjamín

De Dan,

De Aser,

De Gad, y

De Neftalí,

Doce grupos en total.


Pero los de la tribu de Leví no estaban contados en este censo. Dios tenía otra misión para ellos. Nos dice Números 4:(46-48) que “todos los contados de los levitas, desde el de edad de treinta años arriba hasta el de edad de cincuenta años, todos los que entraban para ministrar en el servicio y tener cargo de obra en el tabernáculo de reunión, los contados de ellos fueron ocho mil quinientos ochenta. “Y nos dice que servirían “cada uno según su oficio y según su cargo.”


Aparte del trabajo de sacerdocio, miles de levitas se encargarían de transportar el tabernáculo hasta la llegada a la tierra que Dios tenía para ellos. Debían desmontarlo y montarlo en cada parada que hicieran. Dios estableció que el campamento se formaría con el tabernáculo en el centro, y a cada dirección acamparían las tribus en un orden establecido, tres hacia el norte, tres hacia el sur, tres hacia el este y tres hacia el oeste. Y Dios habitaría en el centro del campamento, así como Dios quiere habitar en el centro de nuestras vidas.


La tarea de los levitas estaba repartida:


Aarón y sus hijos debían cubrir el arca del testimonio y el velo con la cubierta de pieles de tejones.

Los hijos de Coat llevarían sobre sus hombros el tabernáculo y los utensilios del santuario.

Los hijos de Gerson debían transportar las cortinas y cubiertas de tejones

Los hijos de Merari llevarían las tablas, columnas y palos.


Todos participarían en desmontar, transportar y volver a montar el tabernáculo. No era algo que podrían tomar a la ligera. Recordemos que la gloria del Señor llenaba ese tabernáculo. Es por eso que se dan advertencias a los escogidos para hacer la tarea en un estado de pureza.


Y se nos dice “hicieron los hijos de Israel conforme a todas las cosas que mandó Jehová a Moisés; así lo hicieron.”


Una vez más, no podemos extrapolar la situación del pueblo de Israel a la nuestra aquí en el tiempo y lugar donde vivimos. Estas ocupaciones y leyes de consagración eran para la nación, y algunas solo para ese momento en la historia. Pero podemos quedarnos con algunos principios que salen a relucir en el texto. Me llaman la atención varias cosas:


¿Te das cuenta que estos hombres levitas no eligieron su posición? Imagínate, si eras hombre y nacías en la familia de los levitas, como parte de tu identidad, servirías entre los 30 y 50 años de edad de esta forma. Veinte años de tu vida estarían dedicados a servir de este modo, con toda la responsabilidad que esto conllevaba. Me hace pensar en situaciones en nuestra vida que recibimos cuando no las buscábamos, y las tenemos para un tiempo determinado. Pienso en responsabilidades de cuidado de enfermos en la familia, cuidado de ancianos que nos necesitan, o el tener el cuidado de tus preciosos hijos. El aceptar estas tareas “asignadas” con determinación y buena actitud nos ayuda a llevar a cabo los trabajos con éxito y satisfacción.


Otro detalle que me llama la atención es que nadie que no cumplía estos requisitos podía realizar esta tarea. En un momento en la sociedad en que se estila querer hacer justo lo que está diseñado para otro, me refresca ver que Dios no sigue este juego. Había trabajo para todos; siempre lo hay. No es que defendamos el conformismo, pero sí la aceptación de situaciones específicas y a veces de límites que nos impiden realizar algunas actividades. Uno puede amargarse por aquello que no puede hacer, o puede elegir desarrollar sus habilidades al máximo en las circunstancias en las que se encuentre y disfrutar de ver que otros también llegan a desarrollar las suyas. Hay más gozo en buscar la cooperación que en hundirnos en la frustración.


¿Tienes raíces de amargura por algo que en estos momentos no puedes hacer? ¿Te sientes limitada por alguna condición física o alguna situación? Quizás tu problema sea diferente: ¿Estás en una situación en la que te sientes insatisfecha pero sabes que estás haciendo lo correcto?


Claro está que no hablo de situaciones ilegales ni de abuso. Las autoridades y leyes están para protegernos de situaciones así y deberíamos buscar ayuda si ese es el caso.


Me refiero a lo mencionado anteriormente, a estos momentos en los que en lugar de realizar tus sueños, es momento de dedicar tu tiempo a otros. Los levitas dedicaban veinte años de sus vidas al servicio del tabernáculo; tú quizás menos. Pero te animo a hacer tu tarea con gozo.


El apóstol Pablo lo explicó así en la carta a los Colosenses 3:23-24 “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”


¿Quieres una herencia que no se desvanece? Dios no olvida aquello hecho en Su nombre; ni siquiera un vaso de agua dado en tiempo de necesidad. Haz tu trabajo hoy como para el Señor, y confía en su cuidado.



 


Secciones difíciles


¿Qué hacemos con los pasajes difíciles de la Biblia? Porque los hay, sobretodo cuando leemos secciones escritas a un pueblo que no es el nuestro, en tiempos que no son los nuestros.


Hay mucha gente que se ha dedicado a encontrar porciones de la Biblia que pueden utilizar para desprestigiar a Dios y Su Palabra. Podríamos decir que si alguien va con mala intención, el Pentateuco, es decir, los primeros cinco libros de la Biblia, les daría ocasión de encontrar pasajes comprometedores.


Pero ¿pueden estos pasajes ser usados contra Dios? Ellos creen que sí, y lo intentarán, porque estas personas no conocen a Dios ni tampoco quieren.


¿Y qué de nosotras, las que creemos en Dios y queremos encontrar sentido a cada porción de la Biblia? Muchas veces al leer una sección difícil de entender, podemos parar en duda, para seguidamente confiar que Dios sabrá y pasarlo sin darle mucho pensamiento. Pero no es necesario hacer esto. Nuestra fe en Dios no tiene que ser una fe ciega, porque el Dios de la Biblia quiere ser conocido y entendido por cada uno de nosotros.


Somos afortunadas, porque Dios se ha mostrado en Su Palabra y sabemos que Dios no cambia. Cuando nos enfrentamos a una porción de la Palabra que no nos cuadra, podemos parar y pedir al Autor que abra los ojos de nuestro entendimiento. Es más, debemos hacerlo para no llegar a conclusiones erróneas. Lo que sabemos sobre Dios debe ayudarnos a entender lo que está ocurriendo en el texto. Así que en el episodio de hoy, quisiera mirar una sección difícil de forma sistemática, con los filtros de los atributos de Dios.


En el capítulo cinco de Número encontramos una ley sobre cómo deben ser tratados los celos. Nos parece extraño que esto deba aparecer en las leyes del pueblo. Pero cuando leemos la sección, nos puede parecer injusto que esta ley contempla que el marido puede acusar a la mujer de infidelidad, pero no al contrario. Quizás te has preguntado esto durante tu lectura. ¿Qué está ocurriendo en el texto?


Muchos han acusado a Dios de favoritismo hacia el hombre, pero ya en Génesis argumentábamos que no es así. Como leemos en Génesis 1:27: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” Y leemos en el Nuevo Testamento en Gálatas 3:28 “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús.”


Así que debemos partir de la verdad que Dios no hace acepción de personas. Vemos que en el antiguo y el nuevo testamento, Dios ha puesto mujeres en posiciones estratégicas, y el trato de Jesús con las mujeres en los evangelios es intachable.


El texto en Números está haciendo algo realmente novedoso en medio de pueblos que infravaloraban a la mujer. Recordemos que Dios había llamado a Abraham de los Caldeos, y aunque los egipcios parece que daban un papel complementario a las mujeres, vemos que el ser humano ha luchado con la idea de tener un trato adecuado con las mujeres. Nuestro Señor es el que ha defendido a la mujer, viéndola como vasija valiosa que ha de ser amada así como Él ha amado a la humanidad.


La ley de los celos protegía a la mujer de sufrir bajo el acoso de un marido celoso. La ley contemplaba que si un marido sospechaba que su mujer había sido infiel, debía traerla a al sacerdote, el cual cumpliría un rito en el que Dios mismo juzgaría a esta mujer. Ella venía voluntariamente y debía pronunciar su consentimiento a tal prueba. El procedimiento era tal que ninguna persona podía manipular la situación a su favor o en contra de la acusada. Varios comentaristas que he consultado estaban de acuerdo en que esto protegía a la mujer, dejando el juicio a Dios que no miente. Una mujer inocente no tenía que temer esta prueba. ¡No sería estupendo si otros procesos judiciales funcionaran así? No habría lugar para corrupción ni equivocación humana.


¿Qué pasaba si la mujer era culpable?

En primer lugar, si era culpable, no querría someterse a tal prueba, ya que sometiéndose a la prueba, se expondría a una maldición que la haría padecer una enfermedad de los ovarios. Sí, ya sé que todo esto suena extraño, pero aguanta un poco, porque las conclusiones son edificantes. Si ella era culpable, el hombre que había cometido adulterio también recibiría castigo de muerte. La ley en Levítico 20:10 dice “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos.”


Ya, seguro que piensas que es un castigo extremadamente severo. ¿Y si consideramos una vez más la santidad de Dios? Recordemos que este era Su pueblo. Y les había dado los mandamientos. “No adulterarás” es uno de diez. Era una rebeldía directa contra Dios. Y recordemos que los diez mandamientos reflejan el carácter Santo de Dios.


Dios da una importancia tremenda a la santidad moral, y permitir que su pueblo fornicara y adulterara no reflejaba su carácter Santo.


Por lo tanto, aunque el proceso judicial debía comenzar con una acusación a la mujer, ambos culpables serían tratados de igual forma.


Por el contrario, al ser probada inocente, el esposo de esta naturalmente sufriría humillación de haber pensado mal contra su propia esposa, aún si este no era tratado como culpable de acusación falsa ante la ley.


Dios es soberano; “todo lo que quiso ha hecho, nos dice (Salmo 115:3). Yo no entenderé todo lo que Él hace, porque nos dice la Palabra en Isaías 55:8 que sus “pensamientos no son nuestros pensamientos, ni nuestros caminos sus caminos.” Dice Dios “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.”


Así que al llegar a secciones que a mi parecer son problemáticas, debo ir al Señor para que me de una visión del texto desde lo que conozco de mi Dios. Puedo buscar ayuda en comentaristas que han estudiado estos textos, y finalmente puedo descansar en la verdad que algún día veré a mi Señor cara a cara, y todas mis dudas serán resueltas en un instante. Mi Dios, en ti confío.



 


La celebración de la pascua


La celebración de la pascua conmemoraba la liberación del pueblo de Israel de Egipto. La última noche en Egipto, cada familia había inmolado un cordero y habían utilizado su sangre para marcar el dintel y los dos postes de la casa para que el primogénito de la familia estuviera a salvo. Entonces el cordero había sido asado para comerse en familia esa noche con panes sin levadura. Esa misma noche habían salido de Egipto liberados por la mano de Dios.


Un año después, en el monte Sinaí, vemos al pueblo celebrando la pascua por segunda vez, en el primer mes del año y en el día 14, como Dios lo había establecido en Éxodo 12:24-28. Dios les había dicho:


“Guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre.

Y cuando entréis en la tierra que Jehová os dará, como prometió, guardaréis este rito.

Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios.


Cuando sus hijos les vieran celebrar esta fiesta, podían recordarles lo que Dios había hecho por ellos, rescatándoles de la esclavitud de Egipto a una vida de libertad en Dios. ¡Qué importante es tener celebraciones que nos recuerdan cómo Dios nos ha salvado, nos ha cuidado, o nos ha bendecido. Hacemos bien en celebrar las bondades de Dios delante de nuestros hijos para que sepan que servimos a un Dios grande y bueno.


Esto lo podían hacer los extranjeros también, aquellos egipcios que habían creído la Palabra de Dios y se habían unido al pueblo de Israel. Su fe se demostraba en la celebración de la Pascua que Dios había establecido. En Números 9:14 Dios les dice que esta celebración anual de la Pascua que simbolizaba la salvación a través del cordero la celebrarían también aquellos que se habían unido al pueblo de Israel. Había dicho, “un mismo rito tendréis, tanto el extranjero como el natural de la tierra.”


Durante una semana, todo el pueblo comería panes sin levadura. En la primera pascua no habían tenido tiempo de que la masa leudara. Vemos más tarde en el libro de Deuteronomio 16:3 que les recuerda:


“siete días comerás con ella (esto es, la pascua del cordero) pan sin levadura, pan de aflicción, porque aprisa saliste de tierra de Egipto; para que todos los días de tu vida te acuerdes del día en que saliste de la tierra de Egipto.”


Hasta el día de hoy los judíos celebran la pascua con panes sin levadura. No debía haber levadura en la casa durante toda la semana. El pueblo debía celebrar la pascua en un estado de pureza. La levadura a menudo es usada en la Biblia para representar el pecado. El pueblo debía asegurarse que no había pecado en el campamento. Me hace pensar en el deterioro de las fiestas que hoy en día se consideran religiosas. Por desgracia, encontramos en ellas todo lo contrario a la pureza. Están llenas de desenfreno de todo tipo, al punto que uno se olvida de lo que realmente se está celebrando.


Dios quería que su pueblo recordara la obra de Dios en ellos, y para ello, la celebración debía hacerse en un estado puro. El pueblo sabía las leyes de la pureza. Dios había comunicado claramente el procedimiento de limpieza, incluyendo días de purificación y una ofrenda para volver a estar puro otra vez. Nosotras no tenemos leyes de pureza. Una vez hemos sido limpiadas mediante la sangre de Cristo por la fe, cuando pecamos, ya sea con intención, o a veces sin siquiera notarlo, cuando nos damos cuenta de nuestro mal, debemos venir en arrepentimiento a Dios. No es un rito en que un sacerdote está involucrado, como en el Antiguo testamento. Dios nos dice en 1 Timoteo 2:5 que Jesucristo es el “único mediador entre Dios y los hombres” Así que, ¿por qué vivir con pecado no perdonado? Vayamos al trono de Dios en el nombre de Cristo, con confianza, cada vez que vemos algo en nuestra vida que le desagrada, y así mantengámonos limpias delante de Dios.



Si continuamos con el texto, leemos que “hubo algunos que estaban inmundos a causa de muerto, y no pudieron celebrar la pascua aquel día; y vinieron delante de Moisés y delante de Aarón aquel día, y le dijeron aquellos hombres: Nosotros estamos inmundos por causa de muerto; ¿por qué seremos impedidos de ofrecer ofrenda a Jehová a su tiempo entre los hijos de Israel? Y Moisés les respondió: Esperad, y oiré lo que ordena Jehová acerca de vosotros.”


Estas personas estaban inmundas, no porque hubieran pecado o no se hubieran preparado de antemano, pero porque alguien cercano a ellos había muerto y habían tenido que tocar el cadáver. Cuando alguien del pueblo había entrado en contacto con muerto, eran automáticamente impuros. Estas personas querían obedecer a Dios. Así que vinieron a consultar su situación con Moisés.


Démonos cuenta que Moisés no les deja sin esperanza, ni les dice lo que a él le parece. Les pide que esperen para poder consultar con Dios. Como líder del pueblo, Moisés reconoce que necesita consultar con Dios. Eso es sabio, debido a la gran responsabilidad. En esta ocasión vemos a Moisés admitiendo que no tiene respuesta para esta situación, e iría a consultarlo con Dios.


Nosotras también podemos ir a Dios cuando algún problema o duda se presente. Antes que intentar solucionarlo solas o ignorarlo, hacemos bien en tomar el tiempo de traerlo al Señor en oración, confiando en que Él dará respuesta.

Así ocurrió con Moisés. Dios dispuso que estas personas podrían celebrar la pascua un mes después, para así poder cumplir con sus obligaciones, purificarse y poder obedecer en la celebración de la pascua.


La relación que nos ofrece Dios es preciosa. Acceso directo al Padre a través de Cristo, y la posibilidad de vivir una vida santa, porque Él es Santo, y porque Él perdona a aquel que viene a Él arrepentido. Y como hemos visto en esta última parte, ofrece sabiduría en los momentos en que no sabemos el próximo paso. Una vez más vemos a un Dios Santo, pero a la vez cercano, que busca tener comunión continua conmigo y contigo. Gracias, Dios, por tu amor.



 


Una bendición extendida


“Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y a sus hijos y diles:

Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles:

Jehová te bendiga, y te guarde;

Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia;

Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.”

Números 6:22-26



Hace 24 años, cuando estaba planeando mi boda, escuché un arreglo coral con las palabras de bendición dadas a Moisés por parte de Dios para que Aarón y sus hijos bendijeran al pueblo de Israel.

El arreglo escrito por John Rutter me gustó tanto que mi entonces novio y yo lo tradujimos adaptando el texto para que se cantara el día de nuestra boda.

Voy a dejar un enlace a una grabación del himno en youtube (en inglés, pero el texto es exactamente estos versículos).



Dios quería bendecir a su pueblo, y pidió a Aarón y a sus hijos, que los bendijeran con esas palabras, y dice el texto que “pondrían el nombre del Señor sobre los hijos de Israel.” Ellos bendecirían al pueblo pero era Dios mismo el que los bendeciría” (6:27) ¡Qué preciosa promesa del Señor!


Esta bellísima bendición puede extenderse a cada persona que ha puesto su confianza en Cristo, ya que, como vemos en el nuevo testamento en 1 Pedro 2:9-10, somos pueblo adquirido por Dios. Dice el texto:


“ Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.”


Esos somos nosotros. No éramos pueblo de Dios, pero por su gracia hemos llegado a serlo, por medio de la fe en el sacrificio precioso de Cristo en la cruz.


¿Qué contempla exactamente esta bendición?


En primer lugar, la bendición y el cuidado de parte de Dios mismo. “Jehová te bendiga y te guarde.” Dios desea bendecirnos y guardarnos. Desea morar en el centro de nuestras vidas así como el tabernáculo estaba al centro del campamento de Israel. Cuando Su presencia invade todo nuestro ser, su cuidado es seguro y evidente. Ahí es cuando podemos vivir seguras de que “nada podrá separarnos del amor de Dios” y de que “todas las cosas ayudan a bien.” En Proverbios 31 se describe a la mujer virtuosa como aquella que no teme a lo que está por venir, porque ha puesto su confianza en Dios. El salmista también afirma esto cuando dice en el salmo 118: “Jehová está conmigo; no temeré…”


El segundo punto dice “Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia.” ¿Cómo resplandece el rostro del Señor sobre nosotros? Digamos que cuando el Señor te puede mirar con una sonrisa en su rostro, su presencia resplandece. Esto solo es posible en su misericordia, ya que no somos criaturas que traigan siempre gozo al rostro de nuestro Señor. La creación entera se somete a la voz de nuestro Dios. Sin embargo, como ya hemos visto en la Palabra de Dios, los humanos fuimos hechos con capacidad de elegir. Y muchas veces nuestras elecciones no son dignas de una cara resplandeciente.


La desobediencia directa a Dios produce un efecto opuesto al resplandeciente rostro de Dios. En Deuteronomio 31:18, Dios habla a Moisés de lo que ocurrirá cuando el pueblo sea infiel a Dios. Dice literalmente que “fornicará tras dioses ajenos,” y a esta infidelidad Dios tendrá que reaccionar. Dice Dios “ciertamente yo esconderé mi rostro en aquel día, por todo el mal que ellos habrán hecho, por haberse vuelto a dioses ajenos.” Lo opuesto de que su rostro resplandezca sobre nosotras sería que Dios tuviera que esconder su rostro. En su santidad, no podría mirarte cuando eliges apartarte y adoras otras cosas más que a Dios.

Y sin embargo, como Dios sabe que habrá momentos en que en nuestra debilidad no merezcamos su resplandeciente semblante, la bendición dice “y tenga de ti misericordia.” No tenemos que vivir con terror continuo de fallarle a Dios, pero sí con el deseo de agradarle y sentir el resplandor de su gloria.


Acaba la bendición con otra doble oración que es paralela a la anterior: “Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.” La bendición contempla al Señor, con el rostro levantado, mirando sobre nosotras y cuidándonos en nuestro caminar, poniendo en nosotras Su paz. Dice la Palabra de Dios en Filipenses 4:7 “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” La paz de Dios no es como cualquier paz que el mundo puede ofrecer. Se puede describir la paz como la ausencia de conflicto. Con esta definición, la paz puede verse como algo neutro, sin embargo, muy inestable, ya que en cualquier momento la paz puede dejar de ser. Mas Dios dice en Juan 16:33 “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” La paz de Dios permanece en medio de la aflicción y el conflicto, porque Dios es el Príncipe de paz, y Él es nuestra paz. Si su rostro resplandece sobre nosotras, podemos tener paz en las situaciones más adversas. Esa es la paz que nos dice Su Palabra que sobrepasa todo entendimiento. Es la paz que rompe esquemas.


Apropiemos esta bendición, rogándole a Dios que en su misericordia nos bendiga y nos guarde, que podamos mirarle cara a cara en santidad cada día, y que su paz inunde nuestras vidas de tal modo que nada nos pueda tumbar. “En el mundo tendréis aflicción, nos dijo el Señor, “pero no temáis, confiad! Dios ya ha vencido. “Somos, como dice Romanos 8:37, “más que vencedores, por medio de aquel que nos amó.”



 


La nube que cubría el tabernáculo


Números 9:15-18 “El día que el tabernáculo fue erigido, la nube cubrió el tabernáculo sobre la tienda del testimonio; y a la tarde había sobre el tabernáculo como una apariencia de fuego, hasta la mañana. Así era continuamente: la nube lo cubría de día, y de noche la apariencia de fuego. Cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel. Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados.”


Dios dio a Su pueblo su presencia no solo en espíritu, como nosotros la gozamos ahora, sino de una forma visual. Dios les estaba comunicando su compañía y también usó la nube y la columna de fuego para guiarlos.


El pueblo podría sentir la presencia de Dios al ver la nube y el fuego. ¡Qué preciosa escena! Al viajar en zona desértica, la nube seguramente les serviría para protegerlos del sol, dando temperaturas más frescas durante el día, y la columna de fuego, imagino que traía algo de calor durante las frías noches del desierto. No sé cómo funcionaría exactamente, pero sé que el Señor los guardaría como la bendición que les había prometido unos capítulos antes.


La nube no solo les mostraba la presencia de Dios, sino que era también una forma de guiar al pueblo. Vemos que cuando la nube se levantaba de sobre el tabernáculo, el pueblo entendería que era momento de levantar campamento. Cuando la nube paraba, ahí debían montar el campamento. Colocarían el tabernáculo en ese lugar y acamparían en la formación establecida en Éxodo. Dice el versículo 22 del capítulo 9 que “mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo sobre él, los hijos de Israel seguían acampados, y no se movían; mas cuando ella se alzaba, ellos partían.” ya fuera un día, un mes o un año, ya fuera de día o de noche, seguían las instrucciones de marcha marcadas a través de la nube.


Dios no solo dio esta señal visual, sino que estableció para el pueblo señales acústicas para las llamadas a reunión y el levantamiento de los campamentos. Dios dio instrucciones a Moisés para que se hicieran dos trompetas de plata para usarse como instrumentos de llamada. Si se tocaba una trompeta, acudirían los jefes de las tribus a la puerta del tabernáculo de reunión. Si sonaban las dos trompetas, sería para la atención de todo el pueblo. Tenían incluso diferentes melodías de alarma que se tocarían para levantar el campamento sistemáticamente según las tribus. Incluso tenían el toque de guerra cuando tuvieran que entrar en batalla, que les garantizaba la protección de Dios frente al enemigo que les saliera al encuentro en batalla.


Así también les dio Dios melodías que acompañarían los holocaustos y los buenos días. Dice el versículo 10: “Y en el día de vuestra alegría, y en vuestras solemnidades, y en los principios de vuestros meses, tocaréis las trompetas sobre vuestros holocaustos, y sobre los sacrificios de paz, y os serán por memoria delante de vuestro Dios. Yo Jehová vuestro Dios.”


Así que vemos que no sólo les dio Dios la promesa de su presencia sino también pruebas de ella.


Con la presencia y la dirección de Dios, no solo como una promesa abstracta sino con pruebas visuales y acústicas, comenzarían el viaje desde Sinaí, lugar donde habían habitado durante un año, y comenzarían su caminar hacia la tierra de la promesa. Así salieron ”la primera vez al mandato de Jehová por medio de Moisés,” “y se detuvo la nube en el desierto de Parán (13, 12). Los encargados de desmontar y transportar el tabernáculo lo hicieron tal y como habían sido instruidos, y marcharon las tribus cada una según su turno.


Nos dice el texto en 10:33-34 que “Así partieron del monte de Jehová camino de tres días; y el arca del pacto de Jehová fue delante de ellos camino de tres días, buscándoles lugar de descanso. Y la nube de Jehová iba sobre ellos de día, desde que salieron del campamento.”


Tres días de viaje sería lo que los miles de israelitas tardarían en llegar al lugar donde acamparían, pero nos dice que el arca fue delante para preparar el lugar donde establecerían el campamento. El texto acaba reafirmando la presencia y el cuidado de Dios en el camino.


En el relato en Éxodo 33 vimos a Moisés rogando a Dios que su presencia les acompañara. Es más, Moisés había pedido a Dios “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí: (14-15) La promesa de afirmación de Dios a Moisés fue: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso.”


Descanso. ¿Importa mucho dónde nos encontremos? Si la presencia del Señor está con nosotros, debería ser suficiente para nuestro descanso. Recordemos la bendición de Dios: Si su rostro resplandece sobre nosotros, podemos disfrutar de Su paz.

Gracias a Dios, muchas veces, como al pueblo de Israel, Dios nos da pruebas de su cuidado. No siempre en forma de nube, o en forma de fuego, pero hay situaciones que nos hacen notar de forma específica la presencia de Dios. Ahora bien, no me refiero a experiencias “místicas”. Más bien me refiero a actos de bondad que el Señor permite para mostrarnos su cuidado.


A veces será un policía que tiene misericordia de ti y te perdona la multa de aparcamiento que tan claramente te merecías, o a veces uno que te multa por incumplir la ley cuando empezar a pensar que puedes crear tus propias normas. Conocí a una señora que decía que ella pedía a Dios que si sus hijos adolescentes hacían algo malo, que les pillaran, para que no pensaran que estaban por encima de la ley, ya que esa actitud podría encaminarles a situaciones que les pudieran llevar a mal fin. No es mala oración para nosotras y para nuestra familia.


Muchas situaciones, positivas y a veces negativas de las que experimentamos en nuestras vidas podemos verlas como formas prácticas en las que podemos notar que el Señor se interesa por nosotras, que nos guarda de hacer aquello que no debemos y que nos guía hacia cosas que nos convienen. Algunas, símplemente nos muestran su amor y su cuidado, como cuando encuentras un aparcamiento cuando tienes mucha prisa. Que aprendamos a reconocer estas “señales,” no dependiendo de ellas de forma supersticiosa, pero sí notando y dando gracias a Dios por su bondad y su mano firme.


Te deseo la presencia del Señor en tu día a día. Él ya ha mostrado que te ama. Te animo a buscarlo si nunca has vivido consciente de Dios.


 


El mal de la ingratitud


Todos los días nos levantamos, nos arreglamos, salimos de casa para hacer lo que sea que hagamos, volvemos a casa, y seguimos viviendo, comiendo, comprando; seguimos yendo y viniendo, y no solemos pensar mucho en aquello que hacemos diariamente. Al menos hasta que por algún motivo nos vemos obligadas a cambiar el ritmo. Por las cosas cotidianas que podemos realizar no solemos dar gracias. Y eso que Dios dijo en 1 Timoteo 6:8: “teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” Y Colosenses 3:17 “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.”


Dios nos está instando a ser agradecidas. Todo lo que hacemos, debemos hacerlo dando gracias, gracias porque por la gracia de Dios podemos hacerlo. Gracias porque podemos tener vida eterna en Cristo por la misericordia de Dios. Gracias porque vivimos y no tenemos que pensar mucho en lo que comeremos cada día. Gracias a Dios, Gracias.


En el libro de Números, el capítulo 11 cuando el pueblo está haciendo su primer viaje desde Sinaí hacia Hazelot, lo vemos quejándose. Y nos dice el primer versículo que “lo oyó Jehová, y ardió su ira.” Entendemos que la ira del Señor no es como la nuestra. Su ira es santa, cosa que la nuestra nunca podría llegar a ser. Nuestra ira santa se aproxima a la suya (sin llegar cerca ni por asomo) cuando nos “enciende” ver la injusticia, la violencia, el pecado. Esta indignación nos da la idea de lo que la ira Santa de Dios es, recordando siempre que Dios es sumamente Santo y justo, y que no actúa en venganza como el ser humano podría. Sus acciones son y serán siempre justas.


Nos dice el texto que hubo un incendio en el campamento; no es la primera vez que vemos fuego consumidor en respuesta al pecado. Así que en el versículo dos, el pueblo clama a Dios y nos dice que “el fuego se extinguió.”


Seguidamente nos cuenta Números 11 que los extranjeros que se habían unido al pueblo comenzaron a murmurar, añorando la comida de Egipto. Lo interesante es que a la queja se les unen los hijos de Israel diciendo: “¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde! Sí, has oído bien, dijeron de balde!!! Puede que los egipcios que salieron con ellos sí pudieran costearse la carne y el pescado, pero recordemos que los israelitas eran esclavos en Egipto. Se habían olvidado pronto de su condición. Continúan dando la lista de la comida que añoraban: “pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos, y dicen “ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos.”


Dios les había dado maná el segundo mes de su viaje. Leo el texto de Éxodo 16:


Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud.”


Esto era después de un mes de haber salido de Egipto. Poco les había durado la felicidad de haberse librado de un yugo opresor en Egipto. Ahora se quejaban, no porque no tuvieran comida, pero quizás lo que habían traído ya se estaba acabando. Tenían miedo y dudaron de que Dios les fuera a dar lo que necesitaban.


¿No somos así nosotras? Aún no hemos notado la necesidad y ya la podemos sentir en nuestras carnes, preocupándonos. ¿Sabes que preocuparse significa “ocuparse de algo antes de que llegue”? el prefijo pre- para indicar “antes”? Cuando nos preocupamos, estamos sufriendo por algo que todavía no ha ocurrido y puede que nunca ocurra.


En esa ocasión en Éxodo, Dios les dio codornices que sobre volaron al ras del suelo para que las pudieran cazar, cocinarlas y comerlas. Y a partir la mañana siguiente, Dios les dio maná, una comida que descendía cada día, menos en el día de reposo cuya ración llegaba doble el día anterior. Nos dice el texto que “lo recogían cada mañana, cada uno según lo que había de comer; y luego que el sol calentaba, se derretía.” Esto requería confiar en Dios para la provisión diaria. Y Dios mostró su fidelidad, proveyendo maná durante un año entero. Pero el pueblo se cansó.


En Números 11 vemos que el pueblo vuelve a quejarse, esta vez despreciando lo que Dios les mandaba cada día: 5-6 “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos.”


“Nuestra alma se seca” No me sorprende que Dios arda de ira ante tal desprecio. Moisés también está harto de las quejas del pueblo. Va a Dios “¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿y por qué no he hallado gracia en tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? 12¿Concebí yo a todo este pueblo? ¿Lo engendré yo?”Y dice también “¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? Porque lloran a mí, diciendo: Danos carne que comamos.” Moisés le pide a Dios incluso que le quite la vida por lo angustiado que está de liderar a este pueblo.


Es precioso ver que Dios inmediatamente le da a Moisés ayuda. A partir de este momento Dios asigna 70 hombres para ayudar a Moisés a llevar la carga de liderar al pueblo. Y le aseguro que Él proveerá carne para todos.


Dios les pide que se santifiquen, porque les daría carne, no solo para un día, sino para un mes entero. Mas ellos no se volvieron arrepentidos para mostrar agradecimiento a Dios. El día siguiente, el pueblo codicioso recoge las codornices que Dios ha traído hacia su campamento con un viento milagroso, y las comienzan a comer con tal codicia e ingratitud que son castigados, nos dice “con una plaga muy grande.”


Este pueblo pecó de ingratitud. No habían aprendido la lección el año anterior, cuando vieron que Dios suple cada necesidad. No vieron que Dios es cercano y que escucha a los que a Él vienen con sus cargas como vemos que hizo con Moisés. Lo único que les importaba era lo que ellos querían en el momento. Se habían dejado convencer de algunos que dudaban de Dios y habían ofendido a aquel que les había dado su presencia, dirección y paz. ¿Cómo podían ser ingratos y avariciosos? Visto desde fuera podemos apreciar la necedad del pueblo.


Y pregunto, ¿cuántas veces yo he actuado así con Dios?. Lo que Él da no me parece suficiente, o simplemente no me gusta lo que me está dando.


¿Y tú? Quizá te has cansado del maná y quieres carne. Quizás lo que Dios provee te parece menos que lo que el mundo te ofrece. Pero recordemos que Dios es fiel, y lo que nos da, es porque es bueno para nosotros. ¿Por qué desconfiar de Él? Sed agradecidos, es lo que Dios pide. Seamos personas agradecidas; disfrutemos de los regalos que nos trae cada día.


 


Dos casos de queja


Me gustaría poder decir que después del incidente de las codornices, el pueblo de Israel aprendió a confiar en Dios, que entraron a la tierra prometida, y que vivieron felices, y comieron perdices (o codornices), pero por desgracia, no fue así. El resto del libro de Números nos narra múltiples ocasiones de rebeldía de parte de algunos y de parte de todos. Y es que la ingratitud trae consigo desconfianza, la cual nos lleva a la rebeldía.


Es lógico. Cuando confías en alguien, puedes descansar en la palabra de esta persona. Una vez tienes tus dudas de si esta persona quiere tu bien, o de su capacidad de proveer lo que a ti te conviene, no puedes mostrar agradecimiento por sus acciones porque desconfías. La confianza y la gratitud vienen juntas. Pondré un ejemplo.


Cuando vas a un gimnasio, vas con algún propósito en mente. Si confías en tu entrenador para llevarte a la meta que te propones, cualquier ejercicio, por muy duro que sea, lo recibes con un cierto sentido de gratitud, sabiendo que este es el proceso óptimo para alcanzar tu meta. Pero si en algún momento dejas de creer que tu entrenador te hace sufrir con el propósito de ayudarte a alcanzar la condición física que tanto quieres, dejarás de pensar que el esfuerzo que estás haciendo vale la pena, lo cual hará que tengas mala disposición a la hora de realizar los ejercicios, y al final resultará en que dejarás de ir al gimnasio. Tu fidelidad al entrenamiento dependerá de la confianza que tengas en el entrenador y en el programa.


Pues algo parecido vemos en Números. El pueblo comienza a quejarse porque piensa que Dios no está mirando por los intereses del pueblo. Y es entonces cuando comienzan a quejarse de las provisiones. Para empeorar la situación, y tras la gran plaga que hubo debido a la ingratitud de estas personas, el pueblo cuestiona la autoridad de Dios y de los líderes que Dios ha establecido.


Hoy veremos dos casos de rebeldía. En primer lugar dentro del liderazgo; Aarón y María, los hermanos de Moisés, cuestionan a Moisés como líder del pueblo, porque no parecen contentos con la esposa de Moisés. Esta historia es refrescante, porque vemos que Moisés, al que Dios lo describe como un hombre manso, no intenta defenderse ni acusar a sus hermanos. Es Dios el que, los llama a la puerta del tabernáculo y los reprende por esta queja, explicándoles que ha sido Él el que ha puesto a Moisés como guía del pueblo, y no él a sí mismo. Tras la reprensión de Dios, María nota que lleva sobre sí misma una marca de impureza, la lepra. Al ver esto, Aarón, que al parecer no había sido el que había comenzado todo esto, pide perdón por la insensatez de esta murmuración y ambos él y María reciben perdón y restauración de parte de Dios, aunque María debe llevar la marca de la lepra durante siete días. No volvemos a ver de parte de ellos más queja de la voluntad de Dios para ellos o para Moisés su hermano. La lección había sido recibida y aprendida.


La segunda historia es diferente. Unos capítulos más tarde, en el 16, algunos hombres de Israel se rebelan contra Moisés y Aarón. Nos dicen los primeros versículos del capítulo que Coré, Datán y Abiram, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre. Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?”


Cuando Moisés oyó esto, nos dice la Palabra que se postró sobre su rostro. Esto lo vemos a menudo en Moisés. Cuando llegaba una situación difícil, no la intentaba solucionar él, sino que se postraba sobre su rostro para pedir la ayuda de Dios. Moisés aparta entonces a Coré y le reprende. Coré era un levita. Tenía responsabilidades en el tabernáculo al igual que todos los levitas, pero no era de la familia de Aarón, por lo que no era sacerdote. El incienso y las ofrendas las debían ofrecer solo Aarón y sus hijos. Pero Coré deja de apreciar su tarea. Su ingratitud y falta de confianza en la designación de Dios le llevan a la rebeldía, reivindicando su derecho de ofrecer incienso del mismo modo que lo puede hacer Aarón, y no solo él, Coré, sino los que venían con él, Datán, Abiram, y On, que no eran levitas.


¿Cómo sé que tenían ingratitud? Números 16:12-14 dice


“Envió Moisés a llamar a Datán y Abiram, hijos de Eliab; mas ellos respondieron: No iremos allá. ¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel (hablando de Egipto), para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos.”


Son palabras fuertes a un hombre que desde el principio no quería ser el líder del pueblo, y que cada vez que han desobedecido, ha pedido el perdón de Dios a favor del pueblo.

Después de intentar razonar con cada líder de los rebeldes, y habiendo consultado al Señor, les pide que se presenten con sus incensarios al día siguiente. Aarón ofrecería su incienso y ellos el suyo, dejando que Dios juzgara. 250 hombres se presentan con incensarios en rebeldía directa a Dios. Y Dios los castiga, dejando claro que solo Aarón y sus hijos eran los encargados de los sacrificios.


Cuando dejamos a Dios el juicio de un caso, nosotros nos quedamos libres de juicio y no tenemos que buscar reivindicación. Así fue como sucedió. Dios mismo fue el que castigó a los rebeldes, dejando clara la sentencia. Sí, ya sé que para nuestro pensar occidental, estos juicios son muy drásticos. Pero una vez más, no es el hombre el que juzga; Moisés no dicta sentencia. Vemos que es Dios mismo, que conoce nuestro corazón mejor de lo que nosotros podemos llegar a conocerlo jamás. Él no se equivoca cuando hace juicio. No te apresures a juzgar tú y dictar sentencia, porque tú no podrías hacerlo como Dios lo hace. Pero como Moisés, ve y postra tu rostro ante Dios, para que él se encargue de hacer justicia.


Vemos en estos dos ejemplos de queja dos resoluciones diferentes. En el primer caso, Aarón y María se arrepienten cuando Dios les muestra su error. Piden perdón, y hay restauración. En el segundo caso, cuando a los de Coré se les confronta con su error, reaccionan con rebeldía y amargura, con ingratitud y envidia. Y al no haber arrepentimiento, reciben el castigo de la ira de Dios. Cada ser humano tiene que tomar la decisión de lo que va a hacer cuando el Señor le muestra su pecado. Nos dice Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” Encubrir o defender tus faltas no te permitirán prosperar. Pero siempre hay lugar para recibir perdón y restauración cuando podemos aceptar la enseñanza con humildad y gratitud. Que el Señor nos ayude a agradecer la enseñanza y a no insistir en nuestras faltas, para que podamos vivir una vida próspera.


 


El temor que paraliza


El pueblo de Israel ya estaba a las puertas de la tierra prometida. Solo tenían que tomar la tierra que ya era suya. Como estrategia militar, enviarían a un representante de cada tribu a reconocer la tierra. Desde Cades-Barnea, donde se hallaban acampados, irían a inspeccionar la tierra que Dios les había prometido. Los 12 exploradores salieron y durante cuarenta días pudieron ver que la tierra era verdaderamente fértil. Nos dice el texto que trajeron un racimo de uvas entre dos hombres. Yo nunca he visto un racimo de uvas que yo misma no pudiera levantar. Todo parecía más grande en esta tierra que venían a recibir, sin embargo, los exploradores tuvieron temor de los habitantes de la tierra, pues les parecían a ellos como gigantes. La duda les invadió, y comenzaron a desconfiar de sus probabilidades de tomar la tierra. El temor les estaba paralizando. Se estaban olvidando de algo clave, que la presencia de Dios les acompañaría, que ellos no lucharían solos.


Pero había dos de estos hombres que estaban confiando en Dios. Habían visto lo mismo que los otros diez, pero podían ver también la mano de Dios y su cuidado diario y sabían que Dios siempre actuaba para el bienestar del pueblo.


A la vuelta al campamento, los diez hombres que habían dejado de creer en el plan de Dios contagiaron su temor al pueblo, así como había ocurrido anteriormente, en el incidente de las codornices. El pueblo entero nos dice el texto que acabó llorando. Números 14: 1-4


“Entonces toda la congregación gritó, y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche. Y se quejaron contra Moisés y contra Aarón todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud: ¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos! ¿Y por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto. “


¡Qué pena! Dudaron de su capitán, el Rey de reyes, el Dios omnipotente. Desconfiaban del poder y la bondad de Dios. Eligieron no recordar todo lo bueno que Dios había hecho por ellos, y su incredulidad produjo rebeldía. Querían un capitán humano que los volviera a llevar a la esclavitud de la que habían salido. Preferían la situación de opresión a la incertidumbre que les podía ocasionar la libertad.


¿No somos así muchas veces? Cuántas veces las personas prefieren ser presas de una opresión por miedo a la responsabilidad que trae la libertad. Pero Dios quiere que vivamos en su libertad. Él no trae opresión, sino victoria. Él quiere que su pueblo de el paso para recibir aquellas promesas que Él ya ha preparado.


Vemos en el texto que Caleb interviene para hacer callar al pueblo. “dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de la tierra; porque más podremos nosotros que ellos.”


Caleb y Josué sabían que podían tomar la tierra, pero los diez les contradecían: “No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros.” Números 13:30-31


La situación se complicó de tal forma que el pueblo comenzó a hablar de apedrear a Caleb y Josué. Esto hizo que Dios tuviera que intervenir, y Sus palabras fueron duras: “¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos?” Una vez más Dios considera acabar con ese pueblo para levantar uno mejor, mas por amor a Su propio nombre, no lo hace. Una vez más, la grandeza de Dios se muestra a través de su perdón. Aunque para el pueblo rebelde, el perdón vendría acompañado de las consecuencias de su incredulidad.


Ellos no entrarían a la tierra prometida. Los que sí entrarían serían sus hijos, aquellos que ellos pensaban que a Dios no le importaban. Aquellos por los que más temían, recibirían la promesa de la tierra, y ellos, por desconfiar, no quisieron entrar, y se quedarían vagando por el desierto durante cuarenta años, uno por cada día que los espías habían inspeccionado la tierra.


¿Te habías preguntado antes por qué el pueblo de Israel tardó 40 años en entrar a la tierra prometida cuando el trayecto no suponía más de unos meses de viaje? Cuarenta años más tarde, en Números 32:7-13 Dios les habla a los de Gad avisándoles de no desanimar al pueblo de Dios de tomar la tierra. Dice así


“¿Y por qué desanimáis a los hijos de Israel, para que no pasen a la tierra que les ha dado Jehová?

Así hicieron vuestros padres, cuando los envié desde Cades-barnea para que viesen la tierra. Subieron hasta el torrente de Escol, y después que vieron la tierra, desalentaron a los hijos de Israel para que no viniesen a la tierra que Jehová les había dado. Y la ira de Jehová se encendió entonces, y juró diciendo: No verán los varones que subieron de Egipto de veinte años arriba, la tierra que prometí con juramento a Abraham, Isaac y Jacob, por cuanto no fueron perfectos en pos de mí; excepto Caleb hijo de Jefone cenezeo, y Josué hijo de Nun, que fueron perfectos en pos de Jehová.

Y la ira de Jehová se encendió contra Israel, y los hizo andar errantes cuarenta años por el desierto, hasta que fue acabada toda aquella generación que había hecho mal delante de Jehová.”


Su desconfianza en Dios produjo en ellos tal temor de los habitantes de la tierra que se negaron a entrar. Los exploradores que habían mandado los desanimaron, contagiándolos con el temor que ellos mismos tenían.


¿Qué temores te impiden a ti dar el próximo paso? Temes porque desconfías del poder de Dios? ¿Acaso este reto delante tuyo es mayor que el Dios del universo? Que tus temores no te impidan alcanzar aquello que Dios quiere para ti. Si sabes que es de Dios, confía en Él y que nadie ni nada te desaliente.


 



Franjas para recordar


Números 15:38-41 da instrucciones para el pueblo de Israel:

“Habla a los hijos de Israel, y diles que se hagan franjas en los bordes de sus vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada franja de los bordes un cordón de azul. Y os servirá de franja, para que cuando lo veáis os acordéis de todos los mandamientos de Jehová, para ponerlos por obra; y no miréis en pos de vuestro corazón y de vuestros ojos, en pos de los cuales os prostituyáis. Para que os acordéis, y hagáis todos mis mandamientos, y seáis santos a vuestro Dios. Yo Jehová vuestro Dios,que os saqué de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Yo Jehová vuestro Dios.”


Las pasadas navidades pude viajar a Israel con mi familia. Mientras visitamos Jerusalem, vi algunos judíos ortodoxos en el restaurante donde habíamos entrado a comer que todavía llevaban estos flecos colgando de sus ropas. No sé si sabían el origen y propósito de los flecos o si lo hacen por tradición. La cuestión no es llevar los flecos. Lo que de verdad importa es que meditemos, es decir, que elijamos pensar en las verdades y estatutos de nuestro Señor, para que las decisiones que tomemos cada día estén basadas en verdades que van más allá de nuestro corazón y nuestros pensamientos.


Vemos también en el capítulo 16 como los incensarios que los rebeldes de Coré habían utilizado fueron transformados en un recordatorio para el pueblo de que la rebeldía nunca traería bendición. Dice así:


“Y el sacerdote Eleazar tomó los incensarios de bronce con que los quemados habían ofrecido; y los batieron para cubrir el altar, en recuerdo para los hijos de Israel, de que ningún extraño que no sea de la descendencia de Aarón se acerque para ofrecer incienso delante de Jehová, para que no sea como Coré y como su séquito; según se lo dijo Jehová por medio de Moisés.” Números 16:40-


Estos dos textos nos narran cómo el pueblo de Dios tenía recordatorios que les ayudaran a tener memoria de los mandamientos de Dios y de las consecuencias de la desobediencia.


Y es que nuestra memoria suele ser corta. Es cierto que fácilmente recordamos aquellas cosas que nos han hecho daño. Pero no es tanto el hecho de que tengamos buena memoria. Más bien es porque elegimos recordar, y pensamos en aquello que nos han hecho continuamente, de modo que no conseguimos olvidar el mal que alguien nos hizo. Esto es fruto de meditación y no de buena memoria.


Qué pena que lo hagamos naturalmente con aquellas cosas que nos traen tristeza y ansiedad, y que no podamos aplicar este mismo principio a los que nos conviene recordar. El traer nuestros pensamientos cautivos es una práctica que Dios pide, sabiendo que estos, nuestros pensamientos, pueden jugarnos malas pasadas.


2 Corintios 10:5 nos insta a que “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, llevemos cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.” Este versículo nos recuerda que podemos llevar cautivos, es decir, parar o controlar, cada pensamiento.


Dios nos ha dado la voluntad para que podamos controlar nuestros pensamientos y nuestras acciones. Cuando dejamos que algo atrape nuestra mente hasta el punto de agobiarnos, hasta el punto de modificar nuestra actitud y por ende nuestras acciones, lo hacemos porque hemos decidido ser conquistadas. ¿Y si en lugar de pensar en estas cosas pensáramos en lo que nos pide Filipenses 4:8?


“todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”


En Números, Dios instruye al pueblo de Israel a que se hagan franjas en sus vestidos, con un cordón azul, para que cuando lo vieran se acordaran de los mandamientos de Dios para poder ponerlos por obra. Seguidamente dice “y no miréis en pos de vuestro corazón y de vuestros ojos” La razón que da para la necesidad de recordar constantemente los mandamientos de Dios es que el ser humano fácilmente se desvía, poniendo la mira en su “corazón” y en lo que ven sus ojos. ¿Qué quiero decir con esto? Pues quizás que no necesitamos a Disney para que nos recuerde que escuchemos a nuestro corazón, porque por naturaleza es lo que solemos hacer, y Jeremías 17: 9 nos recuerda: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Nos guiamos por lo que sentimos o por lo que ven nuestros ojos en el momento. Y cuando esto ocurre, podemos olvidar fácilmente las verdades que sabemos y que en el momento no se ven. Es así como el pueblo de Dios tuvo miedo y se rebeló, porque lo que veía con sus ojos les asustaba. Pero vemos 40 años más tarde que hubieran podido entrar con Dios de su lado. Nuestros ojos y nuestro corazón pueden darnos señales equivocadas que nos hagan llegar a conclusiones erróneas. Por eso Dios quiere que su pueblo recuerde constantemente sus mandamientos para ponerlos en práctica. De ese modo, el pueblo podría ser santo como Dios quería.


Quizás nosotras también hacemos bien en tener recordatorios de las verdades de la Palabra. Versículos enmarcados que nos recuerden lo que el Señor nos está enseñando, fechas para recordar las bondades del Señor, el compartir con otros las bendiciones del día a día. ¿Se te ocurren otras maneras de recordar los mandamientos y bondades del Señor. Nunca dejemos de pensar en todo aquello que Dios ha hecho y está haciendo, y repitámoslo a nuestros hijos o a los que tengamos a nuestro alrededor, para mantener nuestros corazones y nuestros pensamientos en aquello que a Dios le agrada y transmitir la riqueza del conocimiento de Dios.


 


La presencia de Dios en la rebeldía


Estamos leyendo en el libro de Números, yendo esta semana hacia la última sección del libro. Al leer sobre la vida de los israelitas en el desierto, me llama la atención que en los momentos en que el pueblo ha elegido desobedecer a Dios y seguir su propio camino, incluso ahí, Dios los acompaña. Los de Israel no entraron a tomar la tierra, y tuvieron que ir errando por el desierto durante 40 años, pero Dios no los dejó abandonados. Dios estuvo con ellos durante todo el trayecto.


Leemos cómo el pueblo volvía a Dios en ocasiones y Dios les daba victorias, pero en otros momentos los mismos que habían venido a Dios para pedir su protección y habían gustado la victoria se olvidaban para quejarse. Justo después de la victoria ante el rey Arad, nos dice el capítulo 21: 4-5 “Después partieron del monte de Hor, camino del Mar Rojo, para rodear la tierra de Edom; y se desanimó el pueblo por el camino. Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano.”


Habían tenido una victoria, pero tendrían que viajar hacia el Mar Rojo para rodear Edom porque no les permitían cruzar su territorio (Recuerda que los de Edom eran los descendientes de Esaú, el hermano de Jacob). Vemos que tuvieron que retroceder, para poder seguir avanzando.


Esto los desanimó y murmuraron contra Dios y contra Moisés. Dios aquí protege a Moisés, el cuál ya había recibido la queja de este pueblo en tantas ocasiones. Dios no les da contestación, pero vemos que les viene un verdadero problema, unas serpientes venenosas que mordían a muchos y los mataban con su veneno. Es entonces que el pueblo se da cuenta de su pecado, incluso sin necesidad de que Dios ni nadie les reprenda. Cuando viene la verdadera dificultad se dan cuenta que todas sus quejas eran sin sentido. Vienen a Dios arrepentidos. Nos dice el versículo 7: “Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Jehová, y contra ti; ruega a Jehová que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo.”


Dios instruye a Moisés que haga una serpiente de bronce en un asta para que cualquiera que fuere mordido y mirare a ella viviera. Y así fue,


“ Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre un asta;

y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía.”Números 21:9


A esta historia haría referencia siglos más tarde el evangelio de Juan para explicar la obra sanadora de Cristo:Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado.” Juan 3:14.


Aunque atacado por el veneno mortal, todo aquel que mirara hacia aquella serpiente de bronce viviría. Del mismo modo, aunque nosotros estemos manchados por el pecado, al mirar a Cristo, el Hijo del Hombre levantado en la cruz, recibimos vida. Cristo es el sacrificio que quita el veneno del pecado. Es Cristo el que Dios ha provisto para darnos perdón y salvación.


Tras este incidente, vemos que el pueblo de Dios pudo seguir el camino hacia Obot, Ije-abarim, rodeando Moab, hasta el pozo de Beer, donde Dios proveyó agua para el pueblo. Vemos que Dios en todo momento los acompañó. Les dio victoria ante pueblos que les atacaron: los cananeos del Neguev, los amorreos de Hesbón, Didón, Nofa y Medea, Jázer, y los de Basán.


Dios estuvo con ellos, dando ánimo ante el peligro y proporcionando la victoria: Diciendo, como en el 21:34: “No tengas miedo, porque en tu mano los he entregado.”


Lo que me llama la atención, como he comentado al principio, es que Dios los está cuidando, incluso cuando el pueblo es desobediente y quejica. Soy madre, y maestra, y por eso puedo llegar a entenderlo un poco. Cuando deseas el bien para tus hijos o tus alumnos, aún cuando son desobedientes y quejicas, no los abandonas. Puede que tengas que proporcionarles un castigo que les muestre el mal que están haciendo, y en muchas ocasiones, el mal que se están haciendo a ellos mismos. Pero no por eso les deseas mal tú. Al contrario, aún cuando no han entendido el daño que su comportamiento está causando, los acompañas pacientemente, esperando que en algún momento, como en el incidente de las serpientes, se den cuenta de su error y estén preparados para rectificar. Esto es porque los amas y lo que más deseas para ellos es el bien.


Así es nuestro buen Dios. En el libro de Jeremías Dios dirá a su pueblo: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.”

En su bondad, no puede dejar que el rebelde siga su camino sin pararlo, aunque esto le cause dolor. Sin embargo, en medio del dolor, Dios siempre está ahí, cuidando y pacientemente esperando que nos demos cuenta y vengamos a Él arrepentidos y deseosos de su comunión.


¿Has estado huyendo de Dios? ¿O quizás amas a alguien que está alejado del Señor? No temas, Dios está a la distancia de un brazo extendido, está atento al clamor de aquellos que arrepentidos vienen a Él. Te animo a que si estás huyendo de Dios y no has visto las victorias que Él te da, que vayas a Él y disfrutes de su comunión y buena voluntad. Si estás orando por alguien que está huyendo, te animo a confiar en Dios y no temer, porque Dios está interesado en sus almas. Continúa orando y amando, confiando en el Señor.


 


Balaam y Baal-Peor


Contar y comentar en menos de 10 minutos una historia que ocupa varios capítulos es un reto, pero lo voy a intentar. Los capítulos 22 al 24 de Números nos narran la historia del rey de Moab, Balac, y el profeta Balaam. El relato de lo que sucedió con Balaam y el pueblo de Israel sería cómico si no fuera tan deprimente. El Señor no nos da un resumen, sino que nos permite ver los detalles de lo que sucedió para que podamos, creo yo, disfrutar la historia y aprender de ella.


Nos dice el texto que al ver Balac la victoria de Israel contra los amorreos, Moab tuvo gran temor. Dice el versículo 4 que dijo el rey Balac: “Ahora lamerá esta gente todos nuestros contornos, como lame el buey la grama del campo”


Así que Balac ideó un plan. Fue a buscar a Balaam, un conocido adivino residente de Petor, para que maldijera a los de Israel. Fueron los siervos a encontrarse con Balaam, trayéndole regalos de adivinación, como era la tradición. Y le dieron el mensaje del rey: 6: “Ven, pues, ahora, te ruego, maldíceme este pueblo, porque es más fuerte que yo; quizás yo pueda herirlo y echarlo de la tierra; pues yo sé que el que tú bendigas será bendito, y el que tú maldigas será maldito.”


Balac estaba poniendo toda su confianza en este adivino, pensando que él podría hacer que el pueblo de Dios se debilitara para derrotarlo.


Curiosamente, nos dice el texto que el profeta Balaam les pidió que esperaran hasta la mañana, y fue a consultar con Jehová Dios.

Leemos en Números 22: 9-12: “vino Dios a Balaam, y le dijo: ¿Qué varones son estos que están contigo?


Y Balaam respondió a Dios: Balac hijo de Zipor, rey de Moab, ha enviado a decirme:

He aquí, este pueblo que ha salido de Egipto cubre la faz de la tierra; ven pues, ahora, y maldícemelo; quizá podré pelear contra él y echarlo. Entonces dijo Dios a Balaam: No vayas con ellos, ni maldigas al pueblo, porque bendito es”.


Dios podría decirlo más fuerte, pero no más claro. Dios le pregunta a Balaam sobre estos hombres, no porque no sepa quienes son ,pero quizás porque quiere que Balaam se dé cuenta de que está queriendo pactar con los que están en contra de Dios y de su pueblo.


A la mañana siguiente Balaam les contestó que no podría maldecir al pueblo. Su excusa fue: “Jehová no me quiere dejar ir con vosotros”. ¿No te parece una respuesta débil de un hombre ya crecido? A mis hijos les enseñamos cuando llegaron a una cierta edad que aquellas cosas que no debían hacer debido a sus propias convicciones, ellos no debían contestar un mero:”Mis padres no me dejan,” ya que es un argumento de fácil salida pero poco carácter. Si ellos creen que la actividad no es adecuada, deberían contestar que “ellos no se sienten cómodos realizándola, o algo parecido. Una respuesta así muestra una determinación y principios propios.


Balaam obviamente no había visto la seriedad de la petición que le estaban haciendo, y ante su falta de carácter, pone a Dios como excusa.


Tras esta respuesta, el rey Balac sabe que puede insistir y quizás cambiar la posición del profeta. Éste envía gente de mayor renombre, insistiéndole a Balaam que vaya, y prometiéndole gran honra y riquezas si tan solo maldice al pueblo de Israel.


A este intento Balaam response que no puede ir en contra de lo que Dios diga aunque le ofrezca el rey toda su casa. Pero habiendo dicho esto, les dice que esperen hasta la mañana, que iría a consultar por si Dios había cambiado de opinión, como si Dios no lo hubiera dejado claro la primera vez. 22:19


Dios, que ve que Balaam desea ir y no está interesado en lo que pueda ser la voluntad de Dios, deja que Balaam vaya por su propio camino, pero le advierte: “harás lo que yo te diga” (20)


Contento de poder realizar este trabajo, Balaam “enalbardó su asna y fue con los príncipes de Moab” Seguro que estaba encantado con la oportunidad de ser un hombre rico y de renombre.


Mas nos dice que Dios no estaba contento con que él fuera; en su ira, el ángel del Señor se puso en el camino por adversario suyo” (22)


Así que en la próxima escena vemos a Balaam en su asna escoltado por dos criados. Y ni Balaam ni los criados vieron que el ángel de Jehová estaba ante ellos con la espada desenvainada. Más el asna sí lo vio, así que se apartó de su camino yéndose trotando por en medio del campo. Enfadado de que su asna hiciera lo que le daba la gana, Balaam la azotó para hacerla volver al camino.


Una vez más, el ángel de Jehová se colocó en una senda de viñedos que tenía pared a un lado y al otro. Así que el asna se echó a un lado, aplastando el pie de Balaam contra la pared. Balaam la volvió a azotar.


Una tercera vez el ángel se puso delante del asna, en un lugar estrecho donde el asna no podía apartarse ni a un lado ni a otro. Así que este se tiró al suelo. Balaam se enojó de tal forma que comenzó a azotar al asna con un palo. Y Dios, para abrirle los ojos al necio de Balaam, abre la boca del asna, la cual dijo: “Qué te he hecho, que me has azotado estas tres veces?


Balaam, en su enfado, ni se percata de que el burro le está hablando y le contesta: Te azoto “porque te estás burlando de mí. ¡Ojalá tuviera espada en mi mano, que ahora te mataría!


Interesante, Balaam dice que mataría al asna si tuviera espada, mas vemos que el ángel con la espada desenvainada, no daña a Balaam.


El asna le contestó: “¿No soy yo tu asna? Sobre mí has cabalgado desde que tú me tienes hasta este día; ¿he acostumbrado hacerlo así contigo?


Ahí Dios le abre los ojos de Balaam, el cual ve al ángel de Jehová en el camino, espada en mano. Balaam se inclinó en reverencia.


Dios le preguntó a Balaam: ¿Por qué has azotado tu asna estas tres veces? Y Dios le dice que si no hubiera sido por su asna, le habría matado. Lejos de burlarse de Balaam, el asna estaba protegiéndolo.


Balaam confiesa que ha pecado, ofreciendo a Dios volverse y no ir con los de Moab. Mas Dios, una vez más le deja que haga aquello que Balaam quiere, con la advertencia que solo podrá decir lo que Dios le diga.


Esta historia no tiene desperdicio. El incidente con el asna, en la que esta intenta salvar a su dueño nos es como una parábola para entender mejor lo que Balaam está haciendo con Dios. Se supone que Balaam es un profeta, y el profeta ha de dar el mensaje de Dios. Sin embargo Balaam quiere hacer aquello que a él le conviene, dejando a un lado el deseo de su Señor.

Vemos en contraste que el asna, no está haciendo las cosas ni por burlarse de su amo, ni porque le venga en gana, sino que está siéndole fiel. Balaam hubiera matado al asna si hubiera tenido espada, mas vemos que el ángel de Jehová, teniendo la espada en mano, no daña a Balaam, aún cuando este está descaradamente ignorando los deseos de su Señor para buscar su propio bien.


Vemos a continuación que Balaam va con el rey Balac y da instrucciones de que se preparen siete altares para hacer sacrificios. Aunque sabe que Dios no le va a dejar maldecir al pueblo, todavía quiere engraciarse con el rey de Moab.

Pero cuando llega la hora de pronunciar la maldición sobre el pueblo, Dios solo le da palabras de bendición.


Van seguidamente a otro monte a probar suerte de nuevo. ¡Quizás desde aquí podría cumplir el deseo del rey! Vuelven a levantar altares y realizar sacrificios, pero esta vez, como antes, solo se le permite a Balaam pronunciar bendición. El rey se está cansando de esto. En el 23:25 “Balac dijo a Balaam: Ya que no lo maldices, tampoco lo bendigas”.


Balaam respondió y dijo a Balac: ¿No te he dicho que todo lo que Jehová me diga, eso tengo que hacer?

Y dijo Balac a Balaam: Te ruego que vengas, te llevaré a otro lugar; por ventura parecerá bien a Dios que desde allí me lo maldigas”.


¿Qué se proponían? ¿Estaban intentando torear a Dios? Una tercera vez vuelven a repetir los actos, y una tercera vez Dios le da bendición para su pueblo. Y después de esta tercera vez, pone en boca de Balaam maldición, pero para Moab, Edom y los pueblos de alrededor que estaban contra Dios.


Balaam había intentado burlarse de Dios. Había querido recibir el favor del rey, aunque esto significaba ir en contra de la voluntad de Dios.


Tristemente vemos unos capítulos más tarde, que Balaam eligió dejar a Dios para unirse a aquellos que le habían prometido el oro y la plata. Al no poder emitir maldición contra los de Israel, idearon otro plan, esta vez a través de ingeniería cultural.

Consiguieron que el pueblo de Dios abandonara a su Señor para meterse de lleno en los pecados de los moabitas. Lo que no habían conseguido por la fuerza lo conseguirían con placeres. El capítulo 25 narra cómo los varones de Israel fueron tras las mujeres de Moab, y acabaron participando en las orgías de adoración a dioses paganos en Baal-Peor.


En el capítulo 31:16 leemos “He aquí, por consejo de Balaam ellas (las moabitas) fueron causa de que los hijos de Israel prevaricasen contra Jehová en lo tocante a Baal-peor, por lo que hubo mortandad en la congregación de Jehová.”


Al final, el plan Balaam había funcionado por otros medios. Consiguió introducir el pecado en el pueblo de forma que ellos lo consideraran agradable. Lo que no pudieron conseguir los ejércitos del rey, se consiguió debilitando la moralidad del pueblo.


Matthew Henry lo resume así: “La amistad con el malo es más peligrosa que su enemistad, porque nadie puede con el pueblo de Dios a menos que estos sean derrotados por su propia lascivia, ni puede contra ellos ninguna maldición a menos que sea la seducción de los intereses y deseos mundanos”.


Tengamos claro a quién queremos agradar (dice Gálatas 1:10, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.) Mantengámonos firmes en aquellos principios que sabemos que agradan a Dios y no comprometamos nuestra fortaleza con decisiones que nos debiliten.



 



La fe que santifica a Dios


Cuando estudio la vida de Moisés, puedo apreciar que este hombre que Dios escogió para liderar a su pueblo en un momento tan importante de la historia conocía a Dios y lo amaba con reverencia.


Cuando Dios habla de Moisés, lo describe como un “varón muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra.” (Números 12:3). Un hombre que estando cómodo en el desierto de Madián cuidando las ovejas de su suegro, obedeció a la voz de Dios para realizar un trabajo que en múltiples ocasiones se le haría duro.


Dios no dejó a Moisés solo ante la gran labor de liderar al pueblo de Israel. Nos dice la Biblia que Dios hablaba con Moisés. Y nos dice que hablaba de manera que no hablaba a otros. “Dios hablaba con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo” 33:11 En Números 12:8 dice “Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová.”


Encontramos su nombre en Hebreos 11, el capítulo de los héroes de la fe, que nos dice quePor la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón.

Por la fe (Moisés) dejó Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible.

Por la fe (Moisés) celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos.

Por la fe (de Moisés) pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados.”


Leemos en el capítulo 3 del mismo libro de Hebreos que “Moisés fue fiel en toda la casa de Dios” (3:2)


Así era la relación de Moisés con Dios. Sin embargo, vemos que este hombre manso y fiel, en un momento de debilidad, olvidó que era Jehová Dios el que guiaba al pueblo, y no él ni Aarón.


Nos narra el capítulo 20 de Números que estando el pueblo en el desierto de Zin, se quejó de que no tenían para beber. (Números 20:6)

“porque no había agua para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón. Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová! ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? 20:2-4


¿Cuántas veces hemos visto ya al pueblo quejarse? Están culpando a Moisés de su situación actual. Nos dice el texto que “Se fueron Moisés y Aarón de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos.” No vinieron a hablar con Dios; vinieron para que Dios les hablara.


Vemos que en las ocasiones en las que el pueblo había venido con quejas, Moisés no había intentado resolverlas solo, sino que las había llevado a Dios. Moisés y Aarón se habían postraron sobre sus rostros cuando los diez rastreadores que habían explorado la tierra prometida revolucionaron al pueblo para la desobediencia (Números 14). En el capítulo 16 habían hecho lo mismo cuando los de Coré se habían rebelado contra ellos. Habían ido ante Dios con sus rostros postrados a buscar dirección.


Así que una vez más, frente a la dificultad, Moisés y Aarón venían a la puerta del tabernáculo con el rostro postrado ante Dios, para recibir ayuda e instrucciones.

“Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. Números 20: 6-9)


En otra ocasión Dios había pedido a Moisés que golpeara la peña, y la peña había dado agua. Esta vez, le dice claramente que hable a la peña. Sin embargo, para nuestra sorpresa, Moisés no le habla a la roca. Nos dice el texto que “reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” 20:10-12.


Podemos oír en su tono de voz que estaba molesto con el pueblo. Estaba cansado de las quejas de estos que vez tras vez habían visto la mano de Dios. Y vemos que este hombre, el más manso que había en la tierra, tomó sobre sí las quejas del pueblo en lugar de dárselas a Dios como solía hacer.


La clave está en la frase “os hemos de hacer salir aguas”; “os hemos” es lenguaje que supone que eran ellos los que estaban dando agua al pueblo. Mas sabemos que era Dios el que había dado el maná, era Dios el que había provisto las codornices, era Dios el que podía dar el agua, era Dios el que da la vida. No Moisés. El pueblo parecía olvidarse de esto cuando venían con sus quejas directamente a Moisés, pero Moisés y Aarón no podían olvidarse.


Vemos, pues, que por este incidente, ni Moisés ni Aarón pasarían a la tierra prometida. Aún así podemos observar su mansedumbre a través del buen recibimiento de la decisión de Dios. Y vemos que después de esto continuaron fielmente guiando al pueblo.


Dice el Señor a Moisés en Números 20:24 “Aarón será reunido a su pueblo, pues no entrará en la tierra que yo di a los hijos de Israel, por cuanto fuisteis rebeldes a mi mandamiento en las aguas de la rencilla.”


Y en el versículo 20:12 les dice que“no habían creído en Dios, para santificarlo delante de los hijos de Israel” ¿Qué significa esto? ¿Por qué motivos específicos no podrían entrar?

Dios les está diciendo que con el mero hecho de golpear la roca, Moisés y Aarón no habían mostrado fe en la palabra de Dios, y por tanto no habían exaltado la santidad de Dios ante el pueblo. Habían demostrado rebeldía siguiendo su propia voluntad y no la de Dios.


Cuando venimos a Dios en oración, para luego darnos la vuelta y hacer según nos parece a nosotras mejor, estamos diciendo con nuestras acciones que no creemos la palabra de Dios, y al hacer esto, estamos minimizando la santidad de nuestro Dios. La oración del Padre nuestro dice “Santificado sea tu nombre.” Su nombre no puede ser más santo, pero su nombre es santificado cada vez que por fe obedecemos la voz de nuestro Señor.


 


Postrados sobre el rostro


Ayer veíamos a Moises y Aarón con su rostro postrado ante el Señor para buscar su voluntad. Esta expresión “postrado sobre su rostro” aparece en múltiples ocasiones en la Biblia para referirse a una persona que iba ante Dios en oración. También se utiliza esta expresión en ocasiones en que alguien venía ante un rey o ante una persona que merecía honor. Vemos en el texto bíblico que Moisés fue al Señor, postrado sobre su rostro cada vez que tenía que tomar una decisión importante. ¿Qué sabemos de la vida de oración de Moisés?


Recordemos que Moisés es el hombre con el que “Dios hablaba cara a cara, como quien habla con un amigo” Números 33:11. Y sin embargo Moisés no tomaba esto a la ligera, yendo al Señor como si nada. Moisés buscaba a Dios con reverencia, y cuando postraba su rostro ante el Señor, venía con el oído atento a la palabra de Jehová.


Casi cien veces he podido contar en estos libros la frase “habló Jehová a Moisés.” Dios no le había dado a Moisés la misión de liderar a su pueblo para dejarlo solo. Vemos una comunicación continua de Dios con Moisés.


Vemos que durante su tiempo personal con Dios, Moisés tenía libertad de expresar a Dios aquellas cosas que le preocupaban. En el capítulo 11, durante la crisis de las codornices, vemos a Moisés compartiendo su frustración, diciendo: “No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía.” Moisés llega a decirle a Dios: “si así lo haces tú conmigo, yo te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que yo no vea mi mal.” Vemos en el mismo pasaje que Dios le da la ayuda necesaria, y Moisés puede continuar su labor. Poco después lo vemos intercediendo a Dios por sus hermanos, Aarón y Miriam, después de que estos habían venido a criticarlo.


En otras ocasiones podemos encontrar a Moisés intercediendo por el pueblo, rogando por ellos, pidiendo la presencia de Dios. En Deuteronomio 9 cuenta Moisés: “Me postré, pues, delante de Jehová; cuarenta días y cuarenta noches estuve postrado, porque Jehová dijo que os había de destruir. Y oré a Jehová, diciendo: Oh Señor Jehová, no destruyas a tu pueblo y a tu heredad que has redimido con tu grandeza, que sacaste de Egipto con mano poderosa. Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob; no mires a la dureza de este pueblo, ni a su impiedad ni a su pecado.”


Me llama la atención los momentos en que Moisés se postraba ante Dios, y era Dios el que iniciaba la conversación. Moisés iba a Dios en situaciones en que el pueblo había venido quejándose, y vemos que él venía, se postraba sobre su rostro, y esperaba, quizás porque no sabía qué decir. Sin duda, Dios sabía lo que estaba ocurriendo. Recordemos lo que Jesús dijo en Mateo 6:8, “vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.” Y vemos que Dios siempre escuchaba a Moisés y siempre le contestaba, dándole lo que necesitaba para continuar.


Vemos que Moisés no utilizaba la oración para cumplir su propia agenda. El propósito de la oración no es exponer mi caso de forma que mi voluntad sea hecha en el cielo. Más bien, debemos venir a la oración con el rostro postrado en reverencia, y con el deseo de que la voluntad del Cielo sea hecha aquí en la tierra, como dice el Señor Jesús en la oración modelo en Mateo 6:10.


Curiosamente encontramos esta misma expresión en la oración de Jesús al Padre en el jardín de Getsemaní. En Mateo 26:39, dice “se postró sobre su rostro, orando” Jesús mismo vino al Padre con el rostro postrado, dispuesto a hacer aquello para lo que había sido enviado: para morir en la cruz, en rescate de cada persona que arrepentida de sus pecados reciba la obra redentora de Cristo en la cruz. En varias ocasiones Jesús había dicho que venía para hacer la voluntad del Padre. En Juan 6:38 “Porque he descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.” Y en Hebreos 10:7 “Entonces dije: ‘Aquí estoy, Yo he venido para hacer, oh Dios, tu voluntad.'”

Y en el huerto de Getsemaní, la noche antes de ser crucificado, encontramos a Jesús, postrado sobre su rostro y orando: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.”


Esa, una vez más, es la esencia de la oración. La oración no consiste en venir con nuestras quejas a Dios como hacía el pueblo de Israel. No consiste en simplemente exponerle nuestras necesidades para que él mágicamente las supla.


Es de esta forma como el ser humano suele venir a Dios. Mientras las cosas van como uno quiere, Dios parece un ser que, si existe, está en otra dimensión. Pero cuando la vida se complica, tendemos a usar a Dios para culparlo, para pedirle explicaciones, para quejarnos de la situación, o si estamos muy desesperados, para rogarle que nos dé una solución.


Pero Dios nos ha dado el privilegio de poder venir a Él en oración para mucho más. Para tener comunión con Él, para abrirle nuestro corazón, para poder conocerle y experimentar su cuidado de nosotros.


Es cierto que hay situaciones en las que necesitamos venir a Él corriendo, rogando a Dios que nos ayude. En Números 11:2 vemos que cuando se levantó fuego en el campamento, “Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió.” En múltiples ocasiones en la Biblia vemos que en un momento de necesidad, el justo clama a Dios, y Dios lo oye, y lo libra de su angustia. No quisiera que concluyeras que no debemos venir a Dios con nuestras peticiones, pero deseo que entiendas que ese no es el único fin de la oración. Por supuesto que podemos y debemos contarle a Dios nuestras angustias, como lo hacía Moisés. Nos dice 1 Pedro 5:7 que echemos toda nuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de nosotros. Pero no reservemos la oración tan solo para presentarle a Dios nuestras quejas ni para traerle una lista de necesidades que queremos que nos supla.


Podemos venir a Dios en todo tiempo, con el rostro postrado en reverencia, deseosas de conocer y hacer Su voluntad, y dispuestas a santificar el nombre de Dios a través de nuestra obediencia. A Él sea la gloria.



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Quién soy

Maribel-profile_edited.jpg

Vivo en la provincia de Alicante, donde nací, y he dedicado los últimos 25 años de mi vida a invertir en la vida de mi marido David Bell y la de mis tres hijos, David, Andrea y Daniel y trabajando en el ministerio donde Dios nos ha ido llevando. Ahora que mis hijos han crecido, mi marido y yo continuamos activos en la Iglesia Cristiana Bautista del Valle, en Petrer, donde Dios nos trajo hace 13 años para compartir el evangelio.

 

Mi formación espiritual se ha desarrollado gracias a mi madre, mi iglesia local, campamentos, institutos bíblicos, y los años que pasé en una universidad cristiana. Mi formación profesional es en el campo de la educación, la psicopedagogía y la lingüística. Mi meta es integrar cada aspecto de mi vida personal, espiritual y profesional para ser útil al Señor, el cual me dio la vida física y espiritual para poder conocerle y disfrutarlo ahora y por la eternidad. 

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